Como león rugiente

El crecimiento de las grandes corporaciones ha puesto en alerta a los Estados y a los sociólogos que ven una desproporción entre los poderes económicos globales y el poder político de carácter nacional. ¿Quién gobierna el mundo? La pregunta es más inquietante después de la crisis financiera mundial y los fallidos intentos por establecer un nuevo orden.

En cada país se ve el problema de modo diferente. En EE.UU. el partido republicano cree que el Estado es la bestia a la que hay que matar de hambre (privándola de impuestos). El partido demócrata, en cambio, cree que la bestia peligrosa es la gran empresa a la que hay que atar corto para que no devore al Estado. Los ciudadanos están divididos.

En Ecuador, si seguimos la hipótesis, es el Estado el que va ganando la batalla. Ha concentrado poderes y riquezas, le ha privado al poder económico de participación política y gasta más de lo que podemos contribuir entre todos los ecuatorianos con nuestro trabajo. Culpa de todos los males a los llamados “poderes fácticos” y choca con casi todas las formas de organización que no controla, se ha convertido en un peligro. La empresa en el Ecuador ha quedado como vaca lechera a la que se le permite comer para seguir ordeñándola.

El Estado voraz crece más que el país, que no sacia nunca el hambre de impuestos, asusta por igual a ciudadanos y empresas que se preguntan hasta dónde irá la demanda de tributos. La asechanza del Estado a los contribuyentes me hace recordar una metáfora muy gráfica de la Biblia; dice que el diablo merodea “como león rugiente buscando a quien devorar”.

Si concebimos Estado y empresa como dos monstruos en batalla permanente, lo peor que podría hacer el ciudadano es tomar partido, sería elegir la bestia que nos ha de devorar. Hay quienes piensan, sin considerar las lecciones de la historia, que el Estado debe ser el dueño de todas las riquezas para que las distribuya equitativamente. Otros creen que los Estados terminarán por desaparecer y las corporaciones gobernarán el mundo. Solo los fanáticos apuestan a todo o nada. Le preguntaron a un senador norteamericano de qué tamaño le gustaría el Estado y respondió: del tamaño apropiado para ahogarle en la tina del baño.

A los ciudadanos nos gustaría que las empresas sean poderosas y competitivas, que generen trabajo, que compitan lealmente, que paguen correctamente los impuestos y hagan buenas utilidades. Nos gustaría un Estado que controle, que incentive, que vele por los más pobres, que inspire y oriente, que maneje con pulcritud los recursos públicos, que sea estable y transparente y que esté por encima del transitorio gobierno.

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