Cosas de la política: antes y durante la campaña, dentro de una Alianza País (AP) cohesionada alrededor de la figura dominante del ex presidente Correa, había dos bandos bien definidos: los morenistas y los glasistas. Ahora, al calor de la paulatina separación del presidente Moreno de la matriz correísta, la oposición interna al vicepresidente Jorge Glas se diluye. ¿Por qué?
En primer lugar, AP como tal, es decir, el movimiento apuntalado para gobernar durante décadas, está sometido a una prueba de sobrevivencia. Tal como ha sucedido a lo largo de la historia, los movimientos creados alrededor de figuras potentes dependen básicamente de ellas. Una cosa es el correísmo y otra el aliancismo. El uno puede sobrevivir al otro, y esa realidad afecta intereses.
En segundo lugar, Moreno -quien está al frente de AP- ha roto las prácticas del movimiento monolítico porque, más allá de su convicción de cambiar el ejercicio político, entiende que es su única posibilidad para tomar medidas que le permitan salirse de un modelo económico inviable. Este desplazamiento, basado en un principio de realidad, incomoda a quienes se aferran al pasado.
Debe ser realmente duro aceptar el desmoronamiento de una supuesta condición inalterable que daba cabida a los egos grandes, medianos y pequeños, siempre y cuando se alinearan. Pero eso es olvidar los orígenes: AP nació alrededor de un líder indiscutible y de una bonanza petrolera igual o mayor que la de cualquier otro ‘boom’ nacional alrededor de la exportación de materias primas.
Hoy no hay bonanza ni líder voluntarista; queda una gran deuda producida por un gasto fiscal sin precedentes, por un modelo económico en el cual el Estado fue el actor principal y por una forma de inversión pública que propició un esquema proclive a la corrupción. En paralelo, se montó un sistema institucional destinado a eliminar el disenso y a concentrar el poder.
Los fundamentalistas de antes -y de hoy- parecen haber olvidado lo que reconocieron con humildad en la pasada campaña electoral: había un nuevo momento en el país y se necesitaba una válvula de escape. Frente a esto, es risible que funcionarios y asambleístas ligados al movimiento único mencionen, ante cualquier cambio, la necesidad de no atravesar una imaginaria ‘línea roja’.
¿Por qué no trazaron líneas rojas frente a posibles actos de corrupción y ejercieron la fiscalización? Nadie controvirtió al líder cuando afirmaba que la corrupción no le costaba al país sino a las empresas corruptoras. Ahora, el titular del Servicio de Rentas Internas declara, por el contrario, que Odebrecht provocó un daño irreparable al Ecuador. ¿Y por qué hoy se oponen a un juicio político al Vicepresidente?
No han entendido que la ‘línea roja’, al menos en este momento, no las trazan ellos.
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