A nadie le cabe duda de que el Presidente Correa deja una profunda huella en la historia del Ecuador. La restricción de las libertades, la cooptación de los poderes, el autoritarismo, la intolerancia, la corrupción, entre otros hechos marcaron su larga gestión.
Las obras de infraestructura, la superación de sectores marginales, las mejoras en salud, energía y educación también lo hicieron.
El balance, positivo o negativo, le corresponde hacer a la historia y a cada ecuatoriano.
Pasada esta pesada página, un líder conocido y de las mismas filas del anterior parece que será su sucesor.
Lenín Moreno tiene por delante una disyuntiva que solo él podrá resolver acerca de lo que hará con su gobierno y con el país: seguir la misma línea de acción, agotada por cierto, y el mismo estilo o, por el contrario, buscar otro modelo y cambiar de estilo.
En una coyuntura en la que el Ecuador está partido en dos, en que el proceso electoral ha dejado dudas sobre su transparencia, en que la institucionalización, la vieja y la nueva, están rotas y en que la corrupción se ha hecho evidente y puede hacer estragos en un futuro cercano, el sucesor de Correa tiene una grave responsabilidad.
Moreno debe despojarse de egoísmos individuales y de partido y pensar en el bien común tendiendo puentes con todos los sectores sociales para que su base política se amplíe y pueda así gobernar. Caso contrario le será muy difícil.
Deberá dar muestras concretas de la “mano tendida” que ofreció a su retorno de Ginebra y estar consciente de que su respaldo popular es exiguo y que con él le será muy difícil enfrentar los complejos problemas que hereda. No deberá hacer más de lo mismo, el pueblo votó en contra, y la voluntad popular es sagrada. No más colaboradores intransigentes e intolerables del régimen que termina. Todo ello si quiere ganar esa legitimidad ahora puesta en duda.
Es un enorme desafío el que tiene Moreno y para salir bien librado debe ser prudente, humilde y ser el presidente de todos los ecuatorianos.
Su responsabilidad y lealtad no es ante AP, es ante todos. Su grupo político y sus propuestas no son suficientes para salir del pozo en que nos deja su antecesor. Pozo lleno de corrupción, de irrespeto, de antidemocracia.
Necesita de gente limpia, capaz y bien intencionada, diversa y leal al país y, sobretodo, requiere de su propia capacidad y liderazgo para escuchar ideas nuevas que no solo vengan de los falsos incondicionales que lo rodearán sino de sectores no necesariamente afines al suyo.
Abrirse a las críticas bien intencionadas y empezar un verdadero nuevo gobierno y no una simple continuidad del que se acaba. La mitad del país ya no lo quiere.