Dilma Rousseff, la candidata del PT, triunfó en la segunda vuelta electoral de Brasil y comenzará una nueva administración socialista en ese país. Sin duda, la inmensa popularidad del presidente Lula fue definitiva en ese éxito. Y, desde luego, esa popularidad no es gratuita. El legado de Lula es enormemente positivo.
Bajo su administración, 28 millones de brasileños superaron la pobreza extrema o miseria y 36 dejaron de ser pobres. Se crearon 14 millones de puestos de trabajo y el desempleo bajó a menos del 7%, inferior que en varios países del Primer Mundo. En 2002 había 31,9 millones de usuarios de Internet. Este año hay 68 millones.
Brasil es ahora el primer productor del mundo de hierro, soya, maíz, naranjas, carne, pollos, café. La industria automovilística es la cuarta a nivel internacional. Embraer, la industria aeronáutica, es la tercera luego de Boeing y Airbus. Petrobras logró la mayor capitalización de su historia. Si así siguen las cosas, Brasil, que construye obras públicas inmensas, en 10 años será la quinta potencia del mundo.
Desde luego que ya Brasil era un país en crecimiento antes de 2002. No todo se debe al gobierno de Lula. Pero el crecimiento económico se aceleró y los esfuerzos de redistribución de la riqueza fueron inéditos. También es verdad que persisten problemas de miseria, pobreza, analfabetismo, inseguridad pública y deterioro del ambiente. El país sigue en el Tercer Mundo y la justicia social sigue siendo para muchos una aspiración. Al fin y al cabo, el capitalismo prevalece en Brasil y el mundo, y las desigualdades básicas van a mantenerse.
Pero el balance general es unánimemente positivo. En esta misma columna escribí: “Lula es un ejemplo vivo de que un camino alternativo al neoliberalismo es posible. Luego de que los regímenes de derecha devastaron América Latina, de que crecieron la pobreza y la inequidad social, con el argumento de que esa era la única vía, el Gobierno del PT logró demostrar que los socialistas pueden gobernar con éxito, que son una posibilidad eficiente para el siglo XXI”.
A eso debo añadir que todo eso fue posible en un marco de búsqueda de consensos y concordia nacional. No es que Lula no haya tomado medidas conflictivas y que no tenga enemigos. Varios enfrentamientos ha tenido. Pero su actitud fue evitar conflictos, sobre todo los innecesarios, y no buscarse pleitos que le impidieran avanzar en su proyecto. Para un socialista conseguir representar a todo su pueblo es un imperativo. Solo la oligarquía vendepatria y el imperialismo son sus enemigos.
No podemos olvidar, por fin, que el notorio avance es ante todo un logro del pueblo brasileño. El socialismo no es la acción de un individuo sino una tendencia en que se expresan las masas. Lula no es solo. Es el producto de un proceso con hondas bases sociales.