Dicen que cuando alguien llega a “cierta edad”, ya no lee: relee. Llegar a cierta edad no es más que un eufemismo para decir vejez: esa edad en que sentimos que las fuerzas del cuerpo disminuyen, la agilidad desaparece, las cosas mínimas empiezan a revelan su secreta importancia. Esa edad en que el pasado regresa con frecuencia a la memoria, y con él antiguas experiencias de lectura. Entonces nos gusta renovarlas, y en lugar de arriesgarnos a conocer nuevos autores preferimos refrescar las viejas experiencias que nos dieron esa extraña felicidad que nos ofrece siempre la lectura.
Sin embargo, nunca hay lecturas inocentes. Cada vez que se empieza nuevamente una lectura de hace tiempo se inicia una aventura nueva, inédita, una experiencia que carece de cualquier antecedente. Descubrimos así que cada acto de leer es además un acto de inventar. Si somos de aquellos que solemos subrayar los pasajes relevantes y hacer anotaciones en el margen, al volver sobre nuestros pasos de otro tiempo podemos sorprendernos de lo que fue nuestro modo de entender. ¿Cómo pude haber pensado esto? –nos decimos, y a veces llegamos a culparnos de no haber entendido. Y no es que no hayamos entendido sino que nuestra estimativa de otro tiempo fue distinta a la de hoy por la simple razón de que esta de hoy es la estimativa de quien se encuentra de regreso.
Desde hace un tiempo vengo haciendo la prueba. He releído ya media docena de novelas que me estremecieron cuando joven, y ya no he podido estremecerme, pero he podido pensar con más calma en ciertas perspectivas que yo desconocía. Entre esos libros están ‘El poder y la gloria’, de Graham Greene, ‘¿Por quién doblan las campanas?’, de Hemingway, ‘Las cruces sobre el agua’, de Gallegos. Quise volver a las páginas de una novela de Karel Chápek (no se escribe así, sino con una C que lleva encima un pajarito como circunflejo al revés). La leí hace muchos años, cuando yo vivía en Praga, y al regresar a Quito después de mucho tiempo me la quitaron en el aeropuerto, junto a otros libros que traía: acababa de instalarse un gobierno militar y aquellas publicaciones que venían de un país que estaba “detrás de la cortina de hierro”, eran tomadas sin más como subversivas.
Era una novela checa que trataba de la vida y la obra de un músico. En castellano, ‘La vida y la obra del compositor Bela Foltín’.
Era una serie de testimonios de personas que habían conocido a ese compositor: su mujer, su suegra, su discípulo, su rival…. Cada uno de esos testimonios trazaba una imagen diferente. Un genio para unos, un farsante para otros; un hombre muy sensible y humano para unos, un egoísta y canalla para otros. Si no recuerdo mal, eran seis retratos distintos de un mismo personaje: seis retratos que venían a ser como una reflexión sobre los múltiples repliegues que caben en el alma humana, o sobre nuestra inagotable capacidad de equivocarnos.
¿Dónde habrá ido a parar aquel libro que nadie podía leer por encontrarse en una lengua tan extraña? ¿De dónde podría recuperarlo ahora para volverlo a leer?