Un lector, cuyos nombres probablemente son supuestos, me ha escrito para decirme que ha leído mi artículo ‘Una anécdota sobre Kafka’ y que conoce la historia por una breve nota de Alonso Cueto, publicada en el libro ‘Sueños reales’, que, según sugiere, yo casi casi he copiado. Aunque hay notables diferencias, aprovecho esta circunstancia para hacer algunas precisiones sobre esa conmovedora anécdota que, por referirse a un escritor leído y admirado, ha sido repetida, sin señalar su origen, en numerosas ocasiones. En mis artículos siempre menciono y cito las fuentes y, en este caso, el casual conocimiento del texto del novelista peruano me facilitará añadir más datos.
Alonso Cueto, cuya nota se titula ‘Kafka y su muñeca’ (una imprecisión, pues el lector deducirá con facilidad que la muñeca no era del novelista checo), afirma expresamente que desconoce el origen de la anécdota. “En ‘Brooklyn Follies’ -escribe-, Paul Auster cuenta la poco kafkiana historia de la muñeca de Kafka. En una ocasión, caminando por la calle en Praga” (un error, ya que Dora Diamant dice que fue en Berlín y en un parque), “Kafka encontró a una niña llorando”. Más adelante continúa: “Tomás Eloy Martínez comentó en un artículo esta historia de Kafka, contada por Auster”, quien, sin determinar la fuente usada, le había asegurado “que la historia era cierta”. Es decir que ni Auster, ni Martínez ni Cueto conocían el texto original en que se relató la anécdota.
Nunca utilizo, porque inducen con frecuencia a errores, según queda probado, fuentes secundarias. Como manifesté en mi artículo, encontré la anécdota, relatada por Dora Diamant, la compañera de Kafka en sus últimos años, en una recopilación de recuerdos de personas que lo conocieron a lo largo de su vida, titulada ‘Cuando Kafka vino hacia mí…’, editada por Hans-Gerd Koch. ¿Qué mejor testimonio podríamos citar que el de quien estuvo presente? En efecto, Dora contó: “Cuando vivíamos en Berlín, Kafka iba con frecuencia al parque de Steglitz. Yo le acompañaba a veces. Un día nos encontramos a una niña pequeña que lloraba y parecía totalmente desesperada”.
Pero Dora Diamant no es la única fuente cercana a Kafka. Max Brod, su más íntimo amigo y, después de su muerte, su albacea literario y primer editor, también ha recordado la anécdota. En su texto corroboró: “Su compañera Dora Diamant me contó que en una ocasión, mientras paseaban juntos por el parque municipal de Steglitz, en las afueras de Berlín, encontraron a una niñita llorando. Lloraba porque había perdido a su muñeca. Kafka trató de consolar a la niña…” ¿Ha quedado claro? Si bien Alonso Cueto relató antes la historia, se basó en un texto de Paul Auster, quien, aparte de garantizar que era cierta, sólo la conocía por referencias. Dora Diamant, en cambio, la vivió junto a Franz Kafka.