Es evidente el valor de la agroecología y, muy especialmente de la producción orgánica. Así lo entienden muchas de nuestras Caritas diocesanas que trabajan con los campesinos, indígenas y mestizos, a lo largo y ancho del país. Quizá a más de uno este tema, a pesar de ser una auténtica preocupación en el mundo, le parezca irrelevante o piense que es solo el fruto de una moda o la consecuencia de un ecologismo infantil. No es así. Los años dedicados a la promoción de la agroecología nos han enseñado unas cuantas cosas.
La preocupación por la persona, por su alimentación y por el cuidado de la casa común. El uso indiscriminado de los químicos es un atentado contra las tres cosas. No podemos separar la producción de la comercialización y, más concretamente, del comercio justo y solidario. Producción y comercio deben ir unidos a un sentido humano de la vida, a la formación y a los valores y, sobre todo, al buen vivir de los ciudadanos.
El caso es que la industria agroquímica está dominada por un reducido grupo de empresas que, poco a poco, se van haciendo los dueños absolutos de semillas, herbicidas y pesticidas. Cuando veo el mar de plástico que rodea Riobamba y muchas otras ciudades, siento que la agroquímica domina la agricultura y que esta camina a la deriva, tanto como nuestra alimentación. Hace no mucho leí que la alianza transnacional genera un negocio superior a los USD 25 000 millones. Frente a ello, pienso en los pequeños productores de mi provincia, incapaces de negociar precios, de influir en el mercado y de hacer frente a Goliat desde la sencillez de sus huertos familiares. Me temo que estas empresas, potentes y dominantes, guiadas únicamente por intereses economicistas, acabarán decidiendo qué se va a cultivar y qué se va a comer y, sobre todo, qué químicos nos tendremos que tragar. ¿Sabían que a una de esas transnacionales le llaman el Frankenstein de la agricultura? Bueno sería que en el Ecuador (parece que aún estamos a tiempo) las autoridades y los reguladores del mercado midieran el alcance de lo que se nos viene encima.
Nosotros, aunque nos movamos en un ámbito testimonial, seguiremos luchando para promover una agricultura ecológica, humanista, justa y solidaria, en la que lo más importante no sea el capital, sino la persona y el cuidado de la creación. Hoy se ha producido una grave “distorsión conceptual” de la economía, pues prima más la maximización de beneficios a corto plazo que la calidad de la vida. Por algo el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si nos ha advertido que “hoy prima una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar los efectos sobra la dignidad humana y el medio ambiente” (LS 55). En fin, mientras yo pueda seguiré sembrando, cultivando y comiendo lechugas orgánicas.
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