La primera lección de las elecciones presidenciales peruanas es que Lima no es el Perú, como tampoco que la inversión, el crecimiento económico y las políticas liberarles son sinónimo de una estabilidad política a mediano plazo. Una segunda es que los pueblos de América Latina tienen una resonancia política social que es muy difícil de asimilar por parte de élites encerradas exclusivamente en la prosperidad de sus negocios, en la rentabilidad de sus inversiones y en una atávica amnesia social.
Por eso, será difícil explicar cómo fue posible que los exitosos grupos de interés limeños, que incidieron en los últimos gobiernos, no fueran capaces de promover una generación de políticos que sirvan de sustento político a sus percepciones sobre el desarrollo del país. Ya dieron muestra de su ingenuidad cuando no impidieron que de esa tendencia surjan tres candidatos para enfrentar a los populistas de izquierda y de derecha.
El caso del presidente electo Ollanta Humala es muy particular y, en su primera horas, muestra matices que marcan distancia con sus pares, amigos o colegas del neopopulismo. No recibe, en primer lugar, un país en crisis económica; por el contrario, es acreedor de índices de crecimiento similares a la China de los últimos tiempos. Es verdad que el mismo día de las elecciones se perpetró un atentando terrorista que costó la vida a cinco soldados, pero la nación peruana está lejos de la era en la que compartieron el horror Fujimori con los terroristas de Sendero Luminoso. En ese ángulo resulta apropiada una frase de Fernando Gualdoni en El País de Madrid: “La memoria se impuso al temor”. Interpretando al columnista, el recuerdo del pasado pesó más en la decisión de no escoger a la hija de Alberto Fujimori y preferir el riesgo de un nacionalista que puede poner en riesgo el modelo económico. Sin embargo, al triunfador hay que darle el beneficio de la duda, cuando prometió respetar la división de las funciones del Estado, la libertad de expresión y rechazó la reelección, a la que son tan proclives algunos mandatarios.
Luego, el Perú es un país que estableció sólidas relaciones con la economía mundial que son difíciles de sustituirlas, en aras de la equidad social. Por el contrario, el nuevo gobierno deberá estudiar el caso chileno en el cual, sin alterar las bases liberales de la economía que heredó de la dictadura, pudo durante los gobiernos de la Concertación por la Democracia desarrollar una política social que logró disminuir drásticamente los índices de pobreza.
Finalmente, como en el Perú no hay esos mutantes que no saben sumar ni de porcentajes y solo saben de goleadas de fútbol, debe comprender que ganó con muy poco y que gobernará un país dividido. Que la mitad de sus compatriotas tienen fe y esperanza y que la otra tiene una desconfianza que tardará en disiparse si las cosas no empiezan bien.