Entre 1958 y 1973, Venezuela fue el gran bastión de la democracia latinoamericana. Gracias al liderazgo de Rómulo Betancourt -uno de los políticos regionales más insignes de los últimos cien años- ese país volvió a tener un Estado de derecho donde diferentes partidos y gobiernos se alternaron en el poder, mediante elecciones libres y periódicas.
Las FF.AA. estaban sujetas al poder civil y la función Judicial era independiente. Durante esos 15 años, las libertades de expresión y pensamiento fueron respetadas y no se atropelló a los DD.HH.
Esta solidez institucional tuvo su correlato en la economía: hacia 1971, el ingreso per cápita venezolano era el segundo más alto de América Latina, después del de Argentina. La producción se duplicó en aquel período, llegando a alcanzar tasas del 7%, no solo gracias al petróleo, sino al impulso que se dio a la industria, a la banca y al sector de los servicios.
Pero en 1974 llegó al poder Carlos Andrés Pérez -quien acaba de morir esta semana en Miami- y, con él, se inició un deterioro progresivo de la economía y una destrucción de las instituciones democráticas que dura hasta hoy. Venezuela es ahora una dictadura con altos índices de desigualdad y pobreza; elevados niveles de violencia; una economía incapaz de producir nada que no sea petróleo y con una de las inflaciones más altas del mundo. ¿Qué pasó?
Pérez inauguró la debacle venezolana porque al inicio de su primer período (1974-1979) el crudo pasó de 2 a 14 dólares por barril. Este ‘boom’ de precios sumió a su Gobierno y a los dos que vinieron después del suyo -el de Herrera Campins y Lusinchi- en una ficción de abundancia infinita. Cada administración fue más dispendiosa y corrupta que la anterior. Se acumularon gigantescas deudas públicas y privadas; se derrochó el dinero en gasto corriente; y se aumentó irresponsablemente el tamaño del Estado.
Al inicio de su segundo período, en febrero de 1989, Pérez no tuvo más opción que pagar la factura de la francachela de toda una década. Tomó medidas de ajuste que produjeron el ‘Caracazo’, una revuelta en la que murieron centenares de personas. La democracia fue la más golpeada, pues distintos sectores de la sociedad -incluidos los más ilustrados- aseguraron que aquel motín ciudadano era una crítica al modelo liberal y que la gente clamaba por un ‘cambio de modelo’ (como se dice ahora). Esta falacia ha resultado ahora en el entronizamiento de un Régimen totalitario en Venezuela.
¿Cuál fue el pecado original de aquel país? Creer que las fiestas son gratis y que el petróleo alcanza para todo. Algo podemos aprender en Ecuador de la historia reciente de ese país que, hasta no hace mucho, fue un ejemplo para los latinoamericanos.