Lazos de sangre

Los lazos de sangre comienzan a pesar cada vez más en la conformación del círculo de poder presidencial. Los últimos cambios hechos en el Gabinete evidencian aquello. Rodearse de personas familiares –primos, hermanos, cónyuges– para ejercer el poder es una práctica política que heredamos de la antigüedad. Desde aquel entonces se creía que la autoridad sólo podía ser detentada por alguien que tuviera un cierto linaje que le diera legitimidad para gobernar.

Pero, en el fondo, quienes se han rodeado de figuras familiares para administrar el poder no han buscado resolver un problema de legitimidad sino, más bien, de confianza. En la antigua Roma, por ejemplo, donde la política se cultivaba a golpe de puñal, rodearse de familiares para ejercer el poder era una costumbre ampliamente aceptada porque se creía menos probable –aunque no imposible– que un hermano o una esposa termine conspirando contra el emperador.

Si bien un político puede sentirse más cómodo y confiado trabajando con un equipo de signo familiar, a la vuelta de la esquina puede encontrarse con un problema de pérdida de calidad en el manejo de la cosa pública.

Este dilema lo tuvo Claudio, proclamado emperador romano tras el asesinato de su tío, Calígula. En vez de rodearse de familiares, Claudio formó un equipo de trabajo más bien técnico, conformado por esclavos libertos capturados en guerras anteriores, con quienes hizo grandes obras civiles y reformas administrativas.

Estaba decidido a superar aquella fama de hombre estúpido –cultivada por él mismo para no pagar impuestos– que le precedía y dejar para Roma una herencia similar a la de Augusto. Gracias a una serie de decisiones sensatas y otro poco de obras espectaculares (desecó el lago Fucino para contruir un canal) Claudio llegó a ser querido por la plebe romana.

Desafortunadamente este emperador no fue capaz de deshacerse por completo de los efectos perversos que a veces producen los lazos de sangre: fue asesinado por su última esposa, Agripina, 30 años menor que Claudio y con un hijo de otro matrimonio llamado Nerón. Agripina le dio de comer a Claudio hongos envenenados para poner a su hijo en el trono.

Esta lección de la historia también dejó en claro que tener figuras familiares cerca del poder no inmuniza por completo al gobernante de posibles traiciones. Tal vez el presidente Correa ya sepa esto, tras la experiencia vivida con su propio hermano.

En cualquier caso, todo político va a enfrentar siempre el dilema de rodearse o no de figuras familiares. Mientras más débil se sienta, optará por construir un círculo de personas con lazos de sangre. Esto le dará cierta tranquilidad, pero también le podrá crear problemas de corrupción y eficiencia en poco tiempo.

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