Resulta poco esperanzador leer en las noticias la degradación paulatina de algunos indicadores, que refleja las difíciles condiciones de vida de gran parte de los habitantes de este continente. Pero si la evidencia empírica está allí, es más penoso que esos vastos segmentos poblacionales son víctimas del discurso envenenado de políticos sin escrúpulos. Y en ese juego caen, no pocas veces, importantes sectores de las sociedades que, a juzgar por el acceso que han tenido a la educación, al menos deberían ser críticos de una corriente que ha visto fracasar sus propuestas por más de media centuria. Dicho de otro modo, la experiencia indica que los países que progresan adhieren a políticas económicas abiertas, en donde se establecen garantías para los emprendedores y se evita que la carga tributaria existente sea tan alta que se convierte en un mecanismo confiscatorio. Los ejemplos abundan, pero solo hay que mirar que países que hace cincuenta años tenían un ingreso per cápita inferior al de los más desarrollados países latinoamericanos ahora casi duplican el de estos últimos. Con otro añadido, la juventud de esos estados ha alcanzado niveles de conocimiento que los convierte en profesionales competitivos en los sitios de mayor investigación tecnológica. Por acá se siguen impartiendo a nivel universitario teorías caducas que hacen a las grandes mayorías desconfiar de todo aquello que está lejos del Estado, mirando a esa entelequia como un tótem que es el que deberá dirigir sus destinos.
Pero esa deformación es la que produce un ejército cautivo que adhiere a tesis revanchistas, que sirven para que los audaces y estridentes se hagan del poder y lo conserven. Así se han formado enormes clientelas que, de tiempo en tiempo, cumplen con el ritual de erigir y aclamar a los demagogos para convertirlos en los administradores y gestores de sus propias desgracias. En su simplicidad, acuden a estos falsos predicadores para que a cambio de míseras obras, se regodeen en el poder a su antojo muchas veces llenándose sus bolsillos, los de sus amigos y parientes en forma impune e indecorosa, para pasear obscenamente su fortuna mal habida frente a los menesterosos que los encumbraron.
Salir de este círculo perverso no es fácil requiere tiempo, decisión y entereza. Pero por algún lado hay que empezar. Lo primero insistiendo en develar la mascarada. Reiterando una y mil veces, así se vuelva cansino, que el camino elegido solo nos llevará a ampliar las columnas de desposeídos hasta configurar un escenario en que la escasez y miseria campeen. ¿Acaso en este momento los jóvenes encuentran oportunidades? ¿Les esperan empleos sostenibles una vez que terminan su preparación académica? ¿Qué horizonte les aguarda; y, peor aún, qué oportunidades se les presentará a aquellos que, por cualquier causa, no alcanzaron a terminar sus estudios? ¿Estamos preparados para enfrentar esa realidad que actualmente nos impacta y que amenaza extenderse?