Es difícil entender la política ecuatoriana; resulta fácil caer en la tentación de apelar a la simplificación para tratar de descifrarla.
Creer que quien gana las elecciones tiene la posibilidad de hacer lo que quiera, es una forma de simplificar la realidad política.
Son muchos los participantes y hay que entender la lógica que inspira a todos ellos en cada situación, a nivel individual e institucional.
Podría ayudar a descifrar su complejidad la teoría de juegos, concebida originalmente para la economía, pero aplicable a la política porque el éxito de cada participante no depende solo de sí mismo sino que debe considerar la decisión de los otros participantes.
El caso paradigmático de la teoría de juegos es el dilema del prisionero: detienen a dos cómplices de un delito y, en interrogatorios por separado, enfrentan las siguientes posibilidades: Si ambos confiesan, los dos son condenados a cinco años. Si el primero niega y el segundo confiesa, el primero sale libre y el segundo es condenado a diez años.
Si el primero confiesa y el segundo niega, el primero es condenado a diez años y el segundo sale libre. Si ambos callan, los dos salen libres.
Los calificativos que se han cruzado entre el presidente saliente y el presidente entrante, delatan que se consideran adversarios y no pueden confiar el uno en el otro, si a esto se añade el tema de la corrupción, era inevitable que se aplicaran el dilema del prisionero con la variante de John Forbes Nash (el que inspiró la película Una mente brillante), que se conoce como el equilibrio de Nash: si creo que mi adversario no me va a delatar, lo mejor es delatarle porque así gano yo; y si creo que me va a delatar, también es mejor para mí delatarle porque al menos disminuyo el daño.
Mientras los gobiernos entrante y saliente se aplican la teoría de juegos y definen quién gana y quién pierde, no se resuelve nada, todo se retrasa.
Lo que está en juego es quién manda en la Asamblea Nacional pues de ello depende la posibilidad de legislar y gobernar.
Parecía que ganaba el nuevo gobierno pero el archivo del juicio a Jorge Glas, Vicepresidente de ambos gobiernos, decidido esta semana por el Consejo de Administración de la Legislatura, CAL, le otorga el round al viejo gobierno.
La conducta ovejuna que parecía lista para adoptar un nuevo pastor, se ha frenado y se esfuerza por mantener la unidad.
El liderazgo no puede ser exagerado pero tampoco puede quedarse corto.
El nuevo Presidente de Francia ha merecido críticas por zanjar una incipiente disputa sobre el gasto militar con el jefe de Estado Mayor del Ejército espetándole: “yo soy el jefe”. Era el estilo criticable del expresidente nuestro, pero el nuevo presidente no debería pasar al otro extremo, permitiendo que los fanáticos le impongan líneas rojas o declarando que la lealtad al líder histórico es más importante que la lealtad al Presidente.