Se dice que la política es el arte de gobernar. Y gobernar es una tarea compleja, pero necesaria y muy importante en una sociedad. Las personas somos seres sociales: crecemos, nos formamos y alcanzamos nuestra realización personal en comunidad.
La actividad política reconoce esta naturaleza social y busca ayudarnos a vivir, relacionarnos con los otros, entender y respetar las diferentes formas de pensar, sentir y lograr la satisfacción de necesidades que tenemos. Muchas veces, la política aparece como una actividad conflictiva, llena de peleas, disputas de poder, corrupción, mal manejo de fondos y otras actuaciones negativas. Pero no es así.
El fin de la política es el bien común y esto significa pensar en el otro y actuar en beneficio de la comunidad. Además, la política se sustenta en valores como la libertad, la igualdad, la no discriminación, el sentido de justicia y la solidaridad. Estos valores son los que convierten a la política en una actividad ética que nos permite crecer como seres humanos.
La actividad política organiza el ejercicio del poder a través de autoridades y toda una estructura de instituciones y personas que trabajan a su servicio.
Aunque a veces nos parece que son esas autoridades o las personas vinculadas directamente a ellas las que hacen la política, la verdad es que el titular del poder es el pueblo: somos todos. Al elegir a las autoridades y vigilar que cumplan con sus deberes, somos políticos, realizamos una actividad política.
La política tiene sentido si la ejercemos. Transformaremos la sociedad solo en la medida en que participemos, opinemos, digamos lo que pensamos en cada uno de los espacios que vivimos, sin importar nuestra edad, condición social, sexo, etnia o cualquier otra diferencia.
La política es una cosa seria que concierne a todos. Por ello, no debe ser tomada a la ligera, sin sentido de responsabilidad. Es importante y necesaria. Debe ser valorada, cuidada y respetada. El ejercicio transparente y responsable de la política ayuda en la búsqueda de otra forma de concebir la vida. Es decir, una existencia digna, sin miseria, ejerciendo los derechos, sin opulencia y sin la angustia por acumular riqueza.
Lo dicho parece obvio, quizá innecesario. Pero había que recordarlo ahora en que la política, sobre todo desde el poder, es cada vez más una actividad que sostiene a cualquier precio el autoritarismo, que se ejerce en medio de la impunidad para festinarse los recursos públicos, que busca negar el derecho a la expresión libre con una campaña de miedo e insultos cotidianos, en que la democracia ya no es ni mencionada.
La política es una cosa seria. Por eso no se la puede dejar en manos de los déspotas, de los corruptos, de los verdugos de su propio pueblos. Si la gente decente no hace política, la asaltan los depredadores.