Las segundas vueltas electorales responden a la volatilidad que caracteriza al ser humano en sus relaciones sociales; en este caso, considerado como una sociedad o comunidad. En varias oportunidades en el Ecuador se produjo el cambio de los resultados obtenidos en la primera, sea por razones políticas o ideológicas; por ejemplo en las de 1984, 1996 y 2006 no ganó el vencedor de la primera vuelta.
En el país han primado los motivos políticos y no lo ideológicos pues se trata de un país educado en las emotividades del clientelismo populista o razones históricas excepcionales como sucedió con Jaime Roldós cuando la cohesión contra la dictadura militar y la hegemonía de la partidocracia de esa época (liberales, conservadores y socialistas) requerían de un cambio radical y generacional. Con Rafael Correa sucedió algo similar y el motivo fue la necesidad de un cambio por el quiebre institucional que lo precedió. En esas circunstancias el mandatario, adquirió un “pase libre” válido de diez años, para cualquier cosa. Y lo hizo, hasta que el CNE en el 2017 proclamó la segunda vuelta “a escondidas y en voz baja”como canta un viejo pasodoble.
En el plano ideológico el ejemplo más claro lo tiene la historia de Francia donde varias veces desde el centro hacia la izquierda se unieron para evitar el triunfo de la derecha. En Argentina sucedió algo parecido. Era imposible aguantar a otro Kirchner. Macri triunfó, aunque en la segunda ganó con estrecho margen. En ese caso, la adhesión delos peronistas disidentes fue fundamental.
Para la segunda vuelta ecuatoriana las variantes son diferentes. A pesar del triunfo del 19 de marzo, la torpeza oficial del “escrutinio lento” llegó a records mundiales. Privilegiaron la fiesta y la celebración antes que el resultado al que estuvieron próximos. Para abril dos factores pueden ser decisivos: el ideológico o el maniqueísmo, aunque el que pesa es el segundo.
El primer caso es marginal en un país sin partidos políticos con ideario y doctrina. El otro factor es complejo y peligroso para los dos bandos pues se trata de buenos contra malos. Es algo de tinte religioso o místico que obnubila a las multitudes hasta el extremo de expresarse en latas de atún. Para el Régimen los diez años de gobierno evidencian una década gloriosa. Por el otro lado, si el frente oposicionista no sufre divisiones naturales o fomentadas por los astutos de Alianza País y logran cohesionar los esfuerzos, más que, por un candidato, por luchas emblemáticas, como la publicación de la lista de Odebrecht, que es la única arma estratégica y útil.
Desde el gobierno es posible captar el triunfo obtenido en las elecciones de primera vuelta y adelantarse a dar pruebas –ellos también- de transparencia concretas. Sería una final electoral donde los dos candidatos pugnen por demostrar cual es más efectivo en la lucha contra la corrupción. El paraíso o la fanesca estarán a la vuelta de la esquina.