La noticia de prensa no tenía desperdicio: “Poco después del estreno de una película sobre la historia real de un grupo de adolescentes que hurtaba casas de famosos, se produjo el mayor robo de la historia de Cannes”.
Resulta que en el año 2008 seis adolescentes no peores que la media, encantados por el mundo de las celebridades como casi todos, empezaron a meterse a las casas de las estrellas de Hollywood para aspirar el glamour y llevarse hasta 3 millones de dólares en joyas y ropa que usaban descaradamente. Para rastrear a sus víctimas usaban Twitter y Facebook, donde tontas como Paris Hilton contaban cuándo se iban de viaje, con quién estaba comiendo y qué calzón usaban. Les llamaron los Bling Ring y cuando finalmente la Policía los atrapó, el espectáculo mediático fue mayor porque una de ellas, Alexis Neiers, hija de una modelo de lencería y aspirante a actriz y modelo ella misma, estaba filmando un reality show familiar para E!, que siguió también en vivo el desenvolvimiento de su caso.
Si habían compartido sedas y zapatos ahora iban a compartir la cárcel: Neiers fue encerrada en la misma celda donde estuviera presa la Hilton en el 2007. Y poco después ocupó la celda contigua otra de las actrices robadas, Lindsay Lohan, detenida por manejar chispa.
Semejante enredo atrajo la atención de Sofía Coppola -hija del creador de ‘El Padrino’– quien adaptó la historia para filmar ‘The Bling Ring’, la película presentada en Cannes sobre estos adolescentes obsesionados con el lujo y la fama. Todo calza perfecto pues ¿qué mejor escenario que el mismísimo Hollywood, esa ‘fábrica de sueños’ que adora producir películas de ladrones simpáticos como en ‘Oceans 11’? ¿Y qué mejor víctima que Paris Hilton, la vacua heredera que es famosa porque es famosa? Pero hay una manera distinta de enfocar el tema. Recuerdo que en 1980 Carlos Saura rodó ‘Deprisa, deprisa’. Entonces reclutó a chicos marginales de las chabolas de Madrid para que se representaran a ellos mismos al estilo del neorrealismo italiano. El argumento era el robo fallido de un banco que terminaba con el protagonista muerto. Como la película ganó el Oso de Oro de Berlín, los muchachos se volvieron célebres de la noche a la mañana, pero meses después Valdelomar, el protagonista, fue capturado cuando asaltó un banco del mundo real para obtener más dinero y seguir viviendo de prisa. Así, la película reflejaba a la vida y la vida prolongaba a la película en un ‘feedback’ delirante y sin límites.
De igual modo, el colombiano Víctor Gaviria recurrió a gamines que ‘fundeaban’ por las calles de Medellín para filmar su mundo despiadado. ‘La vendedora de rosas’ fue un éxito y su protagonista casi niña pisó la alfombra roja y fugaz del Festival de Cannes. Hoy purga una condena de 26 años por la muerte de un taxista.