Ian Buruma
Prooject Syndicate
Cuando la derecha acusa a la izquierda de antisemitismo, algo curioso está pasando. Al fin y al cabo, el odio a los judíos ha sido históricamente una patología de la derecha. Pero en Gran Bretaña, políticos conservadores y diarios de derecha como el Daily Telegraph se muestran indignados por el presunto antisemitismo de algunos diputados laboristas, pese a que los conservadores mismos no están exentos de xenofobia (especialmente hacia los musulmanes, e incluso hacia los europeos de otros países). Pero hay un motivo para esta hipocresía, y tiene mucho que ver con la percepción que se tiene de Israel.
En la izquierda el antisemitismo suele darse como oposición fanática a las políticas israelíes hacia los palestinos. Cuando críticos del gobierno israelí hablan de sionistas en vez de israelíes es señal casi segura de fanatismo.
Si el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn (un ardiente antisionista), no ve nada de malo en un mural pintado en Londres en el que se retrata a unos malvados plutócratas de nariz ganchuda jugando al Monopoly sobre las espaldas desnudas de unos sufridos trabajadores, entonces es admisible ver una relación entre el elogio que hizo Corbyn de Hamás y una forma de antisemitismo más anticuada. Acaso sea injusto: tal vez lo de Corbyn sólo fue una torpeza. Pero no hay duda de que a veces en la izquierda el anticapitalismo fanático vira a antisemitismo. Es lo que ocurría en Francia a fines del siglo XIX, cuando Georges Sorel y los sindicalistas revolucionarios veían a los judíos con los mismos ojos que el muralista de Londres.
Pero al hablar de izquierda, hay que hacer algunas distinciones. En Estados Unidos, a los demócratas que piensan que el Estado debe ayudar a los más desfavorecidos a menudo los llaman izquierdistas. Pero en Europa y otras partes, ya no queda mucho de la ideología clasista que en otros tiempos se asociaba con el socialismo.
Hoy hay muy poca diferencia entre un socialdemócrata moderado y un conservador ortodoxo que representan una izquierda dura, sectaria, movida en gran medida por una intensa hostilidad a lo que perciben como imperialismo occidental (o “neocolonialismo”) y racismo contra los no europeos.
Los dos países que representan más claramente las iniquidades del neocolonialismo y el racismo a ojos de la izquierda sectaria son Israel y Estados Unidos. De hecho, debido al firme apoyo de Estados Unidos a Israel (sobre todo ahora que el presidente Donald Trump dio al gobierno de Binyamin Netanyahu licencia para hacer lo que quiera), la opresión israelí de los palestinos se ve como una empresa conjunta de ambos países.
Washington y Jerusalén pasan por ser las capitales gemelas del sionismo. (Algunos incluirán Nueva York y Hollywood, por lo del “dinero judío”.)