La acción de los diplomáticos es muchas veces criticada por estéril, superficial y formalista. En no pocas ocasiones esa apreciación tiene fundamento. Pero convertir esa visión en estereotipo es injusto y falso. Hay diplomáticos con carreras lúcidas, sacrificadas y muy profesionales, que le han hecho al país y a la comunidad internacional notables servicios. Ese ha sido el caso de Antonio José Lucio Paredes, Luis Valencia Rodríguez y José Ayala Lasso, que, entre otros aspectos, trabajaron por el gran objetivo de la reivindicación del mar que baña las costas del Ecuador con sus recursos. Por ello, luego de la ratificación de la Convemar, varias entidades les rindieron homenaje en el Paraninfo de la Universidad Andina Simón Bolívar.
Los tres son diplomáticos de carrera que ascendieron desde el bajo nivel del servicio, con mérito y calidad, hasta llegar a las más altas posiciones como embajadores y ministros de relaciones exteriores. Los tres se han destacado en importantes misiones en el sistema internacional, han sido docentes universitarios y defensores de los derechos humanos.
Antonio José Lucio Paredes es uno de los funcionarios de más larga carrera en el servicio diplomático ecuatoriano. Ha manejado con excepcional tino complejas y delicadas situaciones. Como canciller de un gobierno de facto progresista, promovió varias de sus posturas en la afirmación de la soberanía nacional, entre otras en las “guerras del atún”, y en el compromiso con la integración andina.
Luis Valencia Rodríguez es también un diplomático de larga trayectoria. Debemos recordar sobre todo cuando, con valentía y decisión, informó a la legislatura y al país la existencia de un trato secreto de la dictadura militar con Estados Unidos para permitir la operación de pesqueros piratas en nuestro mar, cuya reivindicación para el país ha sido uno de los grandes objetivos de su vida.
José Ayala Lasso se ha distinguido en el servicio exterior ecuatoriano y en el sistema internacional. Fue el mentalizador de la creación de la instancia de defensa de los derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas y su primer alto comisionado. Fue el canciller a quien cupo la responsabilidad de continuar y culminar la negociación del acuerdo con el Perú de 1998, que permitió a este pueblo recobrar la dignidad y la paz con sus vecinos.
A veces se cree que ser buen diplomático es evitar tomar medidas, no expresar opiniones, no pensar ni decir nada. Pero los tres no son así. Con prudencia, con buen modo, pero firmemente, han enfrentado temas difíciles y han tomado decisiones duras. Eso les ha valido la gratitud nacional y el respeto de sus colegas, quienes los reconocen como modelos de su profesión y como compañeros solidarios, que los han guiado con tino, hasta con buen humor, pero con claridad y energía.