Con el afán de convencer que la obra del gobierno es la más grande en la historia, la propaganda ha llegado a extremos que calcan el lavado cerebral que usan los estados totalitarios para engañar, envilecer y oprimir a los pueblos. Perturbados por sueños de grandeza, difunden sin recato que en el Ecuador, antes de ellos, todo era descomposición, ineptitud y corrupción, males que atribuyen a sus adversarios.
Ante tamaña audacia, quienes hemos sido testigos por muchos años de lo sucedido en el país, tenemos el deber moral de aclarar tal infundio. Si es cierto que hubo gobernantes, legisladores y jueces incapaces, abusivos y corruptos, también los hubo trabajadores incansables, respetuosos, justos y honestos que hicieron posible que la ciudadanía disfrutara de relativa libertad y justicia y fuera superando, año tras año, las deficiencias de la educación, la salud y los servicios básicos. Gracias a esos hombres y mujeres, se construyeron, venciendo la pertinaz penuria fiscal y dentro de las normas del control y fiscalización pública, las doce carreteras que unen la Costa con la Sierra y las siete que enlazan a ésta región con la Amazonía; así como las extensas vías que unen el norte con el sur del país: la San Lorenzo-Guayaquil, la Santo Domingo-Huaquillas, la Tulcán-Macará y la Nueva Loja-Zamora, y las carreteras transversales que unen a importantes poblaciones. Vías que, en su mayoría, se construyeron rompiendo las rocas de la cordillera y rellenando extensos trechos que se inundaban en los inviernos. Esos gobernantes, nacionales y seccionales, y los leales funcionarios y trabajadores que los acompañaban, así como las empresas privadas y sus colaboradores, los soldados, marinos y aviadores y un sinnúmero de otras personas, la mayoría anónimas, fueron los constructores de los puertos, aeropuertos y centenares de pistas de aterrizaje, que permitieron que el país se integre y salga al mundo. Igualmente, ellos fueron los que construyeron el sistema eléctrico interconectado que abarca casi todo el Ecuador y las hidroeléctricas de Paute y Pisayambo. A ellos también se les debe la edificación de más de veinte mil escuelas y colegios distribuidos en todo el país, y de los numerosos hospitales y centros de salud con que contábamos desde antes que llegue el actual gobierno. Y menos aún hemos de ignorar a los sabios y virtuosos maestros que forjaron valiosas universidades, politécnicas, colegios y escuelas, públicas y privadas, que tanto han hecho por el progreso del Ecuador.
Como vemos, el desarrollo de las naciones es el resultado de la acumulación de la obra de muchas generaciones. Los gobernantes, por magníficos que sean, sólo son unos ciudadanos afortunados a quienes el destino les confía la sagrada misión de conducir a su pueblo a la prosperidad, libertad, justicia y dignidad, obrando siempre con fe, tesón, honestidad y modestia.
Columnista invitado