Con frecuencia acompaño a parejas que luchan cada día por sacar adelante su realidad. Trato de poner un poco de luz y de esperanza en el horizonte de su vida, tantas veces oscurecido por el dolor y la dificultad. Los problemas nacen de dentro de cada uno, de la dificultad que toda relación humana supone y de las circunstancias que hoy rodean al matrimonio y a la familia.
Amarse no es fácil… Si lo fuera, a todos nos hubiera ido mejor en la vida. Pero cada uno lleva a cuestas su historia y su verdad y sabe, sobre todo en la segunda parte de la vida, que el amor es un compromiso que se mide por la capacidad de dar vida y sembrar esperanza en el corazón del amado. Con el paso del tiempo van quedando en evidencia nuestras virtudes y defectos y, como siempre, todo depende de lo que hayamos cultivado en el corazón y en la vida. Por eso, los hijos heredan lo mejor y lo peor de sus padres.
Más allá de las propias contradicciones y límites, no podemos renunciar a crear espacios de encuentro, de cercanía, de responsabilidad… Llega un momento en que, si nos despistamos, vivimos sólo de apariencias, vendiendo consejos que no tenemos para con nosotros mismos. Muchas parejas son víctimas de su propio egoísmo compartido, de su mediocridad y abandono. Cuantos más años pasan, más hay que cuidar la relación, siempre sometida a la usura del tiempo. Y es que lo que no se cuida, se desbarata: amigos, amores y proyectos. Es lamentable, pero llega un momento en el que ya ni te das cuenta de que el otro sufre…
No son tiempos fáciles para la lírica… La cultura dominante que absorbemos como esponjas todos los días nos reclama la satisfacción inmediata de los deseos, el consumo compulsivo de sensaciones, la idolatría de la plata y la obsesión por estar bien, seguros y al calor del dinero. Lo que está en juego, una vez más, es la pérdida de nuestra condición humana y cristiana. Esto siempre ocurre cuando los propios intereses desplazan e ignoran la frescura del amor, hasta tal punto que el otro deja de ser para mí más importante que yo mismo. En ese momento, uno empieza a preguntarse si merecerá la pena seguir sacrificándose por alguien que, a la postre, no nos ama tanto como dice o aparenta.
Toca recordar las palabras del papa Francisco a las parejas con las que se reunió el día de San Valentín… Algunito le preguntó si, a su juicio, era posible el amor para siempre.
Separaciones y divorcios parecen cuestionar semejante pretensión. Y, sin embargo, el Papa dijo que sí, que amarse para siempre era no sólo deseable, sino posible. Pero, con dos condiciones: “Pídanselo a Dios todos los días” y “den cada día un paso, por pequeño que sea, en la dirección del amor”.
Cada día tiene su afán. También en el amor. Difícil que salga adelante si no se cuida…