El gobierno del presidente Lenín Moreno, por iniciativa de su canciller María Fernanda Espinosa, otorgó en diciembre la ciudadanía ecuatoriana a Julian Assange.
Esta acción, tomada en reserva y con el más alto hermetismo, fue pensada para darle a Assange estatus diplomático y, de este modo, encontrar una salida a su confinamiento en la Embajada del Ecuador en Londres.
Esto ha levantado una ola de rechazo de la opinión pública nacional, no solo por el secretismo con el que se manejado este caso, sino sobre todo por el trato preferencial que está recibiendo un personaje que no tiene suficientes méritos para ello.
Si no se hubiese filtrado a los medios la respuesta emitida por Londres, en la cual con firmeza y contundencia se rechaza el pedido de Ecuador, posiblemente este traspié de la diplomacia ecuatoriana hubiese quedado en el olvido.
No obstante, al igual que con los excancilleres Ricardo Patiño y Guillaume Long, la gestión de María Fernanda Espinosa ha contribuido a enterrar la imagen del Ecuador a nivel internacional.
Assange se ha aprovechado de la hospitalidad que le ha ofrecido el Ecuador para que, en lugar de seguir las normas fijadas para una persona que tiene la condición de asilo, continúe realizando actividades altamente cuestionables.
Desde la Embajada del Ecuador en Londres, convertida ahora en “head quarters” de la organización WikiLeaks, Assange ha intervenido, por ejemplo, en las elecciones presidenciales norteamericanas y ha emprendido acciones de desinformación frente al problema del separatismo catalán. Todo esto con el apoyo de régimen del presidente ruso, Vladimir Putin.
Con ello, el Ecuador se estaría convirtiendo en partícipe, por no decir promotor, de las actividades “ilícitas” emprendidas por Assange. Esto es explicable que haya sucedido cuando estuvo como presidente Rafael Correa. Pero que esto continúe con un gobierno que se dice democrático, respetuoso del ordenamiento jurídico internacional, es realmente penoso.
Incluso podría decirse que lo actuado por Espinosa, al otorgar la ciudadanía y el estatus diplomático a Assange, no es más que uno de los tantos desaciertos. Una clara continuidad con el régimen anterior. Se ratifica. El Ecuador no tiene una política exterior consistente sino posicionamientos sesgados e ideológicos que han contribuido muy poco al logro del interés nacional.
¿Qué ha ganado el Ecuador con la presencia de Assange en nuestra delegación diplomática en Londres? ¿Su presencia ha fortalecido a nivel internacional de nuestro país y nos ha abierto puertas con países que tienen importancia estratégica para nosotros? ¿En qué medida han mejorado nuestras relaciones con el Reino Unido?
Julian Assange no es un perseguido político de los Estados Unidos y sus aliados. Sus actos develan quien es en realidad. Lo que resulta inaceptable es que el Ecuador, como Estado, proteja un personaje incómodo y polémico.
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