En cumplimiento de una orden de arresto aplicable en toda Europa, las autoridades de Alemania acaban de detener al ex presidente de Cataluña, Carles Puigdemont. La fiscalía germana competente determinará si la detención es válida y si procede la extradición y entrega de Puigdemont a España, en donde se le sigue un proceso penal por rebelión.
Hace tres meses, el asilado australiano en la Embajada del Ecuador en Londres se pronunció sobre el problema de Cataluña. Por enésima vez, el Presidente Moreno le advirtió que, en su condición de asilado, no debía intervenir en asuntos internos del “Ecuador o de los Estados amigos”. La Cancillería informó haber llegado a un “acuerdo” notarizado con Assange. El gobierno cometió un error al negociar de igual a igual con Assange: simplemente debió exigirle que cumpla sus obligaciones como asilado o asuma las obvias consecuencias, en caso contrario. Desacatando inclusive tal compromiso, nuevamente Assange se ha pronunciado sobre el caso de Puigdemont. Lo ha hecho en términos que Alemania considerará ofensivos, ya que ha identificado la detención de Puigdemont con la del catalán Companys quien, en 1940, “fue capturado por la Gestapo, a petición de España, entregado a ellos y ejecutado”, según palabras de Assange. No hace falta argumentar que la comparación entre la Alemania democrática de Merkel y la Alemania nazi fascista de Hitler resulta inaceptable y ofensiva.
¿Qué dirá el Ecuador, cuyas innumerables advertencias a Assange han sido, de inmediato, echadas en el canasto de basura? ¿Entenderá el gobierno que su línea política frente a Assange está irrogando desprestigio y daños graves al país? ¿Se resolverá el Presidente Moreno a actuar con la severidad necesaria frente a un individuo que ha respondido con insolencia a la protección injustificadamente concedida por Correa y que él no ha modificado en nada? ¿Se resignará simplemente a ver que Alemania se añade a la lista de países ofendidos o molestos por el caso Assange? ¿Pasará por alto la declaración del Foreign Office británico que, indignado porque Assange vinculó la detención de Puigdemont con las causas del triunfo del Brexit y la expulsión de diplomáticos rusos, le ha calificado de “pequeño miserable gusano”?
La situación no admite sino una salida. Después de haber usado la timidez, la cortesía, la condescendencia, Moreno ha decidido suspender el acceso de Assange al sistema de comunicaciones con el exterior de la Embajada, medida tibia que solo denota debilidad. La credibilidad de la palabra del gobierno ecuatoriano está en juego. Assange no puede seguir abusando impunemente de su condición de asilado y deteriorando las amistades internacionales del Ecuador. El Presidente Moreno debe dar valor definitivo a sus desoídas advertencias.
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