A diferencia de un juicio ordinario, el juicio político pone a prueba los valores de una sociedad y puede modificarlos. En un juicio común -digamos que por incumplimiento de un contrato- la suerte del acusado es determinada por un juez, en un ambiente previamente delimitado por un debido proceso. El veredicto final solo afecta a las partes involucradas: el infractor recibe una sanción y se obliga a compensar al afectado. Fin del caso; se administró justicia.
Por contraste, el juicio político se ventila en público y, en él, no solo se discute si un burócrata rompió la ley, sino que también se abordan cuestiones más complejas: ¿el funcionario actuó con recta intención o abusó de su poder? ¿Está el Gobierno cumpliendo con su mandato? ¿Qué clase de funcionarios tiene el Estado? ¿Las altas autoridades deben ser ejemplos de comportamiento moral?
El juicio político está permeado por estos asuntos -políticos- que no están estrictamente relacionados con la materia del proceso. Por esta razón, su desenlace modifica o consolida los valores de la sociedad.
Se cultivará el cinismo, si la percepción pública es que el juicio -o el intento de juicio- político fue un fraude. La justicia no existe y la ley es una simple expresión de la voluntad del más fuerte, se dirá. En cambio, cuando un juicio político produce un resultado justo, la sociedad entera se alinea alrededor de conceptos como el bien común, la transparencia y la legalidad.
Fueron los griegos quienes inventaron el juicio político. Uno de los más famosos fue el que se le hizo a Temístocles, un brillante estratega militar, responsable de la victoria de la Liga Helénica frente a los persas. (Talvez todos debamos a Temístocles el hecho de que Occidente todavía exista’).
Este héroe de guerra tenía unos modales finísimos, vestía con gran elegancia y era famoso por su oratoria poética y reflexiva. Sin embargo, Temístocles tenía una debilidad: quería hacerse rico y poderoso rápidamente.
Durante el proceso se demostró que después de la batalla había tomado fondos del Estado para su uso personal y fue condenado al destierro.
Plutarco cuenta que los ciudadanos quedaron sorprendidos con el resultado de aquel juicio, pues nunca pensaron que un personaje de ese calibre pudiera ser condenado, a pesar de que su falta fuera probada de forma contundente. De esta forma, se envió un mensaje poderoso para Atenas y las demás ciudades: los dineros públicos deben ser pulcramente administrados.
Más allá del resultado concreto que pueda tener, si un juicio político es correctamente llevado tiene la posibilidad de esclarecer la conciencia ciudadana y fortalecer ciertos valores clave de cualquier democracia que se respete.