La jugada de Rousseff

¿Cómo se explica –según el cruce de varias encuestas– que 61% de los brasileños considere negativo que su país celebre el Mundial de Fútbol? ¿No es acaso la tradición y la calidad futbolística de Brasil uno de los más altos orgullos de su población? La extrañeza es mayor si se toma en cuenta que la gestión de los últimos presidentes, Luiz Inácio “Lula” Da Silva y Dilma Rousseff, han contado con la aprobación mayoritaria de los electores, hasta el punto de que hoy mismo, a tres meses de las elecciones, la presidente cuenta con 51% de respaldo para su reelección.

Ello sin tomar en cuenta que las estadísticas internacionales demuestran los resultados exitosos de las políticas para reducir la exclusión social y la pobreza, y que Brasil forma parte de los países emergentes cuyos modelos de desarrollo son referencia en el mundo.

Si bien es cierto que desde el año pasado en las principales ciudades del país se registran manifestaciones en protesta por deficiencias en los temas de inseguridad, educación, salud y transporte, también lo es que la celebración de la Copa de la FIFA 2014 en territorio brasileño ha incrementado el interés mundial por el evento, sin duda, el que despierta mayor emoción cada cuatro años en todo el planeta.

En la jornada de rechazo al Mundial se combinan varios elementos que caracterizan la conflictividad social de estos tiempos. Desde las exigencias puramente reivindicativas, como la construcción de viviendas y mejoramiento de vías; la impugnación de las “nuevas clases medias” que aspiran a mejor calidad de vida y se apoyan en las redes sociales (tal como ocurrió con los “indignados” en Europa y la Primavera Árabe) hasta organizaciones anarquistas como en este caso el grupo Black Block que promueve la violencia con la consigna “no te acerques a Brasil para la Copa del Mundo”.

Sin dejar de tomar en cuenta que la ampliación de la naturaleza de estas acciones, en el marco de una competencia mundial televisada (lo cual hace que cobren una fuerza mediática adicional) obliga al gobierno a dar respuestas inmediatas para garantizar la normalidad pública. Todo ello de ninguna manera resta importancia a la Copa Mundial, todo lo contrario: las cifras revelan que cada cuatro años crece el interés y la expectativa por una jornada de 30 días que pone a prueba el perfeccionamiento del deporte más universal en las canchas, en los estadios y frente a los televisores.

El reto en todo caso es para la presidenta Rousseff, quien apuesta por que un triunfo brasileño impulse su votación o, en caso contrario, una derrota se añada al rechazo y el escepticismo sobre la utilidad de un multimillonario evento. Rousseff se juega el gol o el autogol, pero en todo caso parece segura de ganar finalmente el partido presidencial.

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