Las personas somos zorros o erizos, dijo Isaiah Berlin en un ensayo sobre el determinismo histórico que Tólstoi profesa inadvertidamente en “La guerra y la paz”.
En ese ensayo, Berlin explicó el origen de las ideas a partir de un verso de la antigüedad que el profesor de Oxford tradujo así: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola bien grande”.
Los zorros son, entonces, aquellas personas que han acumulado un vasto conocimiento gracias a su insaciable curiosidad intelectual. Su acendrado espíritu crítico los ha llevado a cuestionarlo todo, a criticar todo lo criticable y a preguntarse incesantemente por el sentido último de las cosas.
James Joyce y Montaigne pertenecieron a esta categoría, dice Berlin en su ensayo, titulado “El erizo y la zorra”.
En cambio, los erizos son aquellas personas que tienen la habilidad de identificar una sola gran verdad y de asirse a ella hasta las últimas consecuencias.
La convicción y la fe que los erizos depositan en esa verdad monumental que han podido encontrar le dan un sentido de misión a sus actos (y a los de sus seguidores).
Paradójicamente, esa gran fortaleza del erizo puede hacerle vulnerable en otros frentes: en el de la libertad y en el de la honestidad. Porque el erizo está tan absolutamente convencido que tiene la razón, que le resulta imposible concebir que alguien pueda oponerse a sus acciones o cuestionar sus ideas.
Durante una década fuimos gobernados y atropellados por un gran erizo.
Su incontinencia fue tal que terminó rompiendo los cimientos del Estado hasta convertirlo en una dependencia al servicio de sus intereses. La pérdida de imparcialidad de la Función Judicial fue un grave síntoma de aquello.
Sin una Función Judicial autónoma e incapaz de garantizar iguales obligaciones y derechos para todos, los erizos tuvieron vía libre para convertirse en figuras no sólo opresoras sino también corruptas.
Por eso es tan necesario consolidar una Justicia profesional e independiente que vele por los derechos de todos y que, con criterio imparcial, se asegure que también cumplamos nuestras obligaciones.
Sin imparcialidad, la palabra justicia pierde sentido; y sin justicia es imposible construir una sociedad donde las personas con distintos modos de ser –zorros y erizos, según Isaiah Berlin– convivan en paz, limitando sus apetitos a lo que diga la ley y el derecho.
El fallo condenatorio contra Jorge Glas y los demás implicados en la trama de corrupción que recién comienza a desvelarse en el país es una señal en la línea correcta.
Jueces autónomos que fallen con estricto apego a la ley es lo que necesitamos en Ecuador, en especial los erizos…