Hacer, y no solo exigir

Aires pestilentes emanan del cuerpo político ecuatoriano y, fieles a antiguas costumbres, muchos se consumen en tratar de conocer y comprender las diversas incidencias del sainete, por desagradable que resulte la constatación de tanta miseria humana, seguros de que lo más esencial en una sociedad es el juego del poder, la intriga palaciega, el ascenso de una u otra facción.

Entretanto, la sociedad civil quiteña comienza a despertar nuevamente, convocada el jueves 8 de marzo para exigir al gobierno nacional la anunciada ‘cirugía mayor’ contra la corrupción. No niego la importancia de que un país rechace la impunidad: en esta misma columna he celebrado en ocasiones anteriores los esfuerzos que otros países latinoamericanos, notablemente Brasil y Guatemala, están haciendo para que en ellos no se dé esta hermana gemela de la corrupción. No me opongo a que exijamos a los poderes públicos –no solo al Presidente– mayor profundidad, celeridad y seriedad en el descubrimiento y juzgamiento de toda la vileza que se ha dado entre nosotros en los últimos años.

Pero creo que, sin perjuicio de ello, estamos frente a una importante oportunidad para dar pasos adicionales, como sociedad civil, no solo en la lucha contra la corrupción sino, mucho más ampliamente, en la definición de la clase de sociedad que queremos. Sugiero que, como ciudadanos serios, debemos también preguntarnos qué debemos hacer nosotros, más allá de exigir acción política, para ir logrando que nuestra sociedad no vuelva a vivir similares desgracias una y otra vez en el futuro. Son muchas las respuestas válidas a esa interrogante, pero me centro en tres.

Primero, debemos reconocer que nuestros gobernantes e instituciones reflejan lo que somos nosotros: si nosotros somos mayoritariamente respetuosos, honestos, responsables, incapaces de cometer abusos porque tenemos frenos éticos y los respetamos, entonces nuestros gobernantes también serán así porque, entre otros, sentiremos una mucho mayor autoridad moral para exigírselo.

Segundo, debemos dejar de creer que las taras que hemos heredado del pasado definen, irremediablemente, nuestro presente y nuestro futuro: al contrario, debemos asumir el reto de cambiar aquellas actitudes dominantes en nuestra sociedad –sobre todo la aceptación del ejercicio impositivo de la autoridad- que hacen mucho más comunes de lo que podrían y deberían ser al prepotente, al “vivo”, al abusivo y al deshonesto.

Tercero, debemos comprender que el cambio, si llega, solo llegará desde el interior de cada miembro de nuestra sociedad, no desde afuera, y menos aún por acción de los poderes públicos. Uno no vuelve a otra persona honesta o decente con amenazas y castigos: las personas se vuelven honestas y decentes a base de reflexión y crecimiento interior.

Suplementos digitales