El Presidente parece querer vestir con charreteras y comandar batallones. Quiere ser autoridad militar, no solo política de las fuerzas armadas. Para hacer una guerra, él decidirá, es la máxima autoridad de las FF.AA., y estas deben seguirlo. Pero él no comandará tropas o decidirá sobre cañones, lo hará la organización militar con su autoridad militar.
El Presidente rechazó el fallo de un consejo militar que exculpa al capitán E. Ortega de faltarle al respeto. El Presidente quiso sanción. Persiste en su idea y exige sanción a los cinco oficiales del Consejo de Disciplina de la Armada por este fallo. Pide a una jueza de lo civil que le ratifique como comandante de las FF.AA. y exija un nuevo Consejo, en una “acción de protección”, según la jueza, porque “se violaron los derechos” del Presidente. Esta acción es para un ciudadano que ve lesionados sus derechos por el Estado. Con Correa el Estado es el ciudadano, amén “protección”.
El Presidente no se ve primero como un ciudadano; no sería un igual, sino una autoridad que exige, no respeto, sino reverencia y obediencia. Estas actitudes corroen la construcción de una cultura de igualdad ciudadana, aunque hay quienes ven positivos los gestos autoritarios para poner “orden”.
Sin embargo, el Presidente tiene razón en que Ortega opina sobre política de defensa lo que no le corresponde, aunque el capitán pueda opinar sobre medidas que le afecten como funcionario. Esto no justifica los procedimientos presidenciales, al tratar de imponerse a como dé lugar.
En las administraciones modernas, puede haber una autoridad que tiene la última palabra, al definir las orientaciones, políticas o perspectivas de acción de una institución, eso no implica que pueda hacer y deshacer en esa institución, pues esta debe seguir sus procedimientos y la jerarquía de las personas responsables en su interior, cada una con sus competencias.
Ortega expresa un malestar de ciertos militares, ante cambios en la organización y por discursos “radicales” del gobierno que minimizan los aspectos de pundonor de los militares, y carecen de una estrategia para promover cambios necesarios. No es el desplante y la desvalorización del otro, del militar de cualquier tendencia política, que logran el predominio civil ni la aceptación de reformas. Más bien, crea rechazo y posiblemente sirve para que los opuestos o no se integren en la expresión del malestar. El espíritu de cuerpo existe, aún más en los militares.
Actuar en comandante a la Hollywood es la peor receta para crear inclusión y motivación para el cambio, a menos que el Presidente busque otra cosa. La imposición en un cuerpo colegiado como el militar, prestigioso en Ecuador, tiene probabilidades de crear más que malestares.
No bastan pues buenas intenciones, hay que ser políticos con las políticas, no reducir lo político a la propaganda ni menos a la imposición.