Poco ha durado la idea que Ecuador llegaba o ya estaba en el “primer mundo”. Ahora es el aterrizaje en lo mismo de ayer con la legitimidad de un gobierno que rechaza la explotación y promueve igualdad social.
Pero las decisiones van al inverso de ello. En buena parte se cumple lo que aspiraba el líder de la derecha, Febres Cordero, quien, en cambio, no tenía la legitimidad popular para hacerlo. Correa la tiene y hace varias de sus propuestas: el seguro social (IESS) de caja chica del gobierno; puertos concesionados; sindicatos debilitados y sin leyes de protección; flexibilización laboral y tratado de libre comercio con otro nombre y justificado con alguna concesión simbólica; acuerdo público–privado que para la social-democracia era parte del tripartismo con los trabajadores y empresarios para la paz social, pero el Banco Mundial la vio como un paso a la privatización; la reconcentración de más poder en Guayaquil. La lista es incompleta.
Y ahora, la “izquierda del siglo XXI”, con sus medidas de ajuste demuestra que no tiene proyecto alternativo a lo que parece ser una inevitable austeridad. Ya no tuvo para lo principal que es crear un sistema productivo alternativo, cuando tuvo mucha plata; se centró en el vistoso éxito de un dispendioso Estado, sin visión de lo sustentable.
Ahora es el camino contrario. Tanto ruido y pretensión de diferencia para regresar a lo mismo o descubrir el agua tibia. Cuanto más que por concentrar poder destruyó la sociedad civil que ante la crisis sería necesaria para no hacer un simple ajuste.
La izquierda, en el mundo, no tiene alternativa al sistema actual salvo su crítica y tiene menos para manejar la crisis. Ya no es viable el proyecto de crear otro sistema con la estatización de los medios de producción, que fue la matriz de la diferencia. Ahora hay un vacío, cualquier cosa puede ser la izquierda, incluso cuando se hace lo que la derecha quería hacer.
Además, la izquierda continúa disputándose con la democracia, en lugar de cambiarla para más participación y hacerla menos oligárquica, lo que no se reduce a leyes y decretos. La derecha así no tiene ahora al frente un proyecto de cambio, sino críticas al sistema reinante, a sus aspectos oligárquicos o de concentración de la riqueza, o en su lugar las reivindicaciones ecológicas. La “izquierda del siglo XXI”, por su parte, con su lógica cuadillista, ha borrado el centro o centro izquierda, así que la derecha tiene ahora mejor despejado su camino.
Las izquierdas para autoconvencerse desentierran el discurso de los años 20 del XX, de que el capitalismo está en agonía porque sería una crisis de civilización. En los hechos aunque las crisis se precipitan, el sistema se reforma, renueva y enraíza. No hay ahora alternativa al frente. Son los esquemas mentales heredados del XVIII que la izquierda requiere revisar, para hacer piel nueva para el XXI.