En 1886, el escritor escocés Robert Louis Stevenson publicó una de sus obras más reconocidas: ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’. La novela relata en la voz del abogado Gabriel John Utterson, la extraña relación entre su buen amigo el doctor Jekyll y un confuso personaje, vecino de barrio, de apellido Hyde.
El autor usó en esta historia el trastorno psicológico de doble identidad que afectaba al prestigioso doctor Jekyll cuando bebía una pócima creada por él mismo, que le permitía disociar en su comportamiento sus buenas y sus malas acciones. Así, cuando el científico se encontraba bajo el influjo de la curiosa bebida, se convertía en el señor Hyde, un hombre capaz de cometer las peores perversiones, pero cuando el efecto pasaba, volvía a ser Jekyll, el hombre afable y brillante de siempre.
La novela se convirtió muy pronto en una etiqueta de las múltiples personalidades que muestran los seres humanos en distintas circunstancias de la vida. Así, gracias a la magnífica creación de Stevenson, el doctor Jekyll y el señor Hyde, personajes de ficción, representan, por ejemplo, los casos más extremos de trastornos psicológicos derivados del ejercicio del poder total en la política. Esta patología suele manifestarse de manera especial cuando el aludido ha disfrutado durante largo tiempo del poder absoluto y lo ha perdido de forma abrupta.
El doctor Jekyll se identifica con aquellos hombres carismáticos que, gracias a su don de palabra y a la frescura de sus ideas o a la novedad de sus propuestas, consiguen arrastrar a las masas hacia un proyecto que termina encumbrándoles en el poder. La pócima, por supuesto, es precisamente ese poder que, de pronto, más temprano o más tarde, les empezará a caer a raudales, se les subirá a la cabeza y, sin ninguna sintomatología clara, creará de pronto un ser al que nadie conocía, el tal Hyde, un tipo capaz de cometer abusos que Jekyll jamás toleraría, o de ejecutar acciones tan abyectas que el otro simplemente no las podría concebir. La supremacía de Hyde sobre Jekyll será, a partir de ese momento, directamente proporcional al poder que acumule sobre sus hombros.
Tal como sucede en la novela, Jekyll ignorará las acciones de Hyde y viceversa, pero sin darse cuenta, el destino de ambos estará unido íntimamente. Aunque Hyde no lo sospeche ni lo anticipe jamás, así como la pócima deja de hacer efecto en algún momento, también el poder se terminará un día. Solo entonces recuperará su vida plena el bueno de Jekyll, al menos de momento, pues, ya separado de la política y despojado de todo el poder, se esfumará Hyde y sus fechorías, pero, sin siquiera saberlo o presentirlo, aquel vacío insoportable que lo inundará todo, y aquella abstinencia sinsentido que acusará su vida, tendrá como corolario la aparición de un nuevo y molesto vecino, un orate gritón que, recluido en alguna buhardilla cercana, aporreará todo lo que encuentre a mano, todas las noches, por el resto de su vida…
ovela@elcomercio.org