Al nacer, el 1 de julio de 1974, su madre quiso inscribirlo como Jersinio, pero las autoridades del Registro Civil del Azuay consideraron que el nombre no correspondía al idioma español; por esa razón recurrieron a otro, que tampoco era español. Así fue inscrito el niño Jefferson Leonardo Pérez Quezada, quien desde su época escolar trabajó para ayudar al sustento familiar en su natal Cuenca. Nadie imaginaba entonces que este humilde chico se convertiría en el mayor atleta ecuatoriano de toda la historia.
Hace pocos días se cumplieron 20 años de la mayor hazaña deportiva del Ecuador: La medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta, EE.UU. El logro no fue el resultado de la suerte, la vida de Jefferson estuvo acompañada de grandes sacrificios para ganarse el derecho a competir en una Olimpíada en representación del Ecuador, un país hasta entonces desconocido en el ámbito del atletismo mundial.
Antes de llegar a Atlanta existían algunos antecedentes poco conocidos, como el biotipo del atleta. “Su estructura corporal ideal para la marcha y un sistema cardíaco capaz de resistir cargas inimaginables de esfuerzo físico”, narra el periodista Jaime Plaza en su blog Letra Viva. El colega, cuencano como Pérez, con quien trabajé varios años en EL COMERCIO es el principal biógrafo del marchista olímpico.
En su blog revela que antes de viajar a la Olimpíada, su entrenador colombiano Enrique Peña y el médico Freddy Vivar (fallecido) sabían que Jefferson Pérez estaba en condiciones de lograr una medalla. El médico mostró a Plaza el resultado de las pruebas físicas y técnicas que aseguraban una participación exitosa. Pero pidieron al periodista que no publique nada para que el atleta ecuatoriano compitiese sin favoritismo.
De esa forma, narra Plaza, se evitó que a Pérez lo “ataquen” en equipo los atletas que en ese entonces eran considerados los monstruos de la marcha mundial. Fiel a los códigos de ética periodística en asuntos de reserva de información, Plaza recuerda que “solo la confianza permitió que Vivar me anticipe que, de no mediar imprevistos, Jefferson se subiría al podio”. El 26 de julio de 1996 sorprendió al mundo al ganar el oro en los 20 km. marcha o, como dice Plaza, “ese día venció toda la incredulidad de los ecuatorianos”.
En Atlanta no terminó todo, Jefferson Pérez continuó representando al país en Mundiales de Atletismo (Francia, Finlandia, Japón), se consagró tricampeón y se convirtió en figura del deporte mundial. Sufrió la fractura de su clavícula izquierda, fue operado de una hernia discal, pero continuó; es que desde la niñez su madre le había enseñado cómo derrotar a la adversidad. Volvió a ganar una medalla (plata) en los Juegos Olímpicos de Pekín el 2008. Hoy, con un magister en administración, ayuda a los futuros talentos deportivos.