Desde los inicios del siglo XX y hasta nuestros días, la historia se ha encargado de registrar en rojo cada uno de los episodios políticos protagonizados por la llamada “izquierda dura”, es decir, por aquellos seguidores y practicantes de las teorías marxistas que reivindicaban la lucha de clases, la batalla contra el capitalismo y el ingreso a su particular paraíso terrenal bajo el título de comunismo, aunque este concepto se haya quedado en una simple utopía esbozada apenas en un nebuloso marco teórico.
En todo caso, los gobiernos protagonizados por la izquierda dura en ese período entre el siglo XX y lo que va del XXI han dejado un reguero de sangre derramada por las víctimas de esos sistemas que cuentan, a vuelo pájaro, con centenares de millones de personas asesinadas o desaparecidas, y otro tanto en seres humanos que debieron huir de las supuestas antesalas del “paraíso” que, en realidad, fueron unos siniestros y grises laboratorios para extirpar la conciencia, seccionar las voces y amputar la libertad de los seres humanos. Y, por supuesto, como era previsible, los grandes líderes de esa izquierda dura se pasaron por alto los postulados de iniciación y terminaron haciendo acopio a manos llenas del capital que tanto pregonaban combatir.
Y así, mientras las clases populares gobernadas por la izquierda dura siguen empobrecidas y enjauladas, los que se benefician a manos llenas son los dirigentes del único partido que ostenta normalmente el poder en esos sistemas, quienes disfrutan de los lujos que les da el capital que le han arrebatado a su pueblo.
Con el tiempo, los líderes de la izquierda dura, devenida hoy en pequeñas dictaduras amorfas e insustanciales, se han convertido en los garabatos populistas que aparecen de vez en cuando en el tercer mundo, enancado como siempre en la retaguardia del desarrollo de las naciones y, en consecuencia, vitrina diaria de las imágenes más representativas de la miseria y de la crueldad humanas.
Así, los espectros caricaturescos tropicales de los grandes criminales de la izquierda dura, a los que adoran e idolatran como divinidades, llegan al trono de las zonas más pobres del planeta engañando a sus pueblos con promesas grandilocuentes y discursos de barricada, y al poco tiempo terminan oprimiendo a la gente, matándola aún más de hambre o desesperación, y encerrándola en las fronteras del ilusorio paraíso, mientras ellos y sus compañeros retozan como cerdos, mientras pueden o les dejan, en el lodazal negro de la pobreza alentada por la corrupción.
Sin importar como se llamen las organizaciones o los proyectos políticos que nacen ideológicamente de esta izquierda dura, los líderes que las presiden han logrado debilitar tanto a la tendencia con sus escándalos, crímenes y corruptelas, que se han cargado con ellos no solo a casi todos los infectos populismos latinoamericanos (en buena hora), sino también a los partidos moderados de la izquierda europea que hoy viven tiempos oscuros.