Lo más patético de la escena política son los esfuerzos que hacen los intelectuales orgánicos del correísmo —sociólogos, historiadores, escritores, académico— para convencernos y convencerse entre ellos que diez años de fanfarria verde-flex han significado un cambio de época, un proceso revolucionario de izquierda en el que ellos han puesto su grano o su quintal de arena.
En tan simpático diagnóstico solo coincide la extrema derecha, que los acusa de comunistas, mientras el resto del espectro ideológico, sobre todo la izquierda real, habla de populismo, modernización capitalista y recambio de élites.
No hace falta repetir las características del populismo ni describir la arrogancia y los disfrutes de quienes en Francia fueron definidos como la izquierda caviar. Todos los hemos visto aquí y ahora. Más interesante es responder a la inquietud planteada por una amiga pilas que vino emocionada pero confundida luego de mirar ‘Allende en su laberinto’, la película de Littin sobre las últimas horas del presidente chileno. ‘¿Cómo era ser de izquierda en esa época?’, me preguntó.
A pesar de que viví el golpe del 73 en Santiago y de que esa historia marcó con fuego a mi generación, para ‘ponerme en autos’ como dicen los abogados acudí a ver la película, que tiene fallas de guión, actuación y ambientación, pero que te hace recordar la trayectoria socialista de Allende, su formación, su coherencia política, su honestidad, su compromiso, así como el de varios de los socialistas que también cayeron en La Moneda, o después, en la feroz persecución que desató Pinochet. Eran gente de partido, marxistas de toda la vida, dispuestos a morir por sus ideas. A morir de verdad en un golpe de verdad.
Aunque es cierto que en estos tiempos light es mucho más fácil ponerse y quitarse el membrete según como sopla el viento, sería exagerado afirmar que solo ellos eran izquierdistas de verdad mientras los del siglo XXI lo son de oportunidad.
Hace rato que ser de izquierda (oficial) no significa ser pobre y andar en bus; tampoco implica respetar a los maestros, a los indígenas y a la naturaleza, sino todo lo contrario.
Sin embargo, los intelectuales gobiernistas mantienen invariable el discurso contra los ricos y la oligarquía sin percatarse de que están lanzando piedras a su propio tejado pues el proyecto revolucionario ha generado una capa de nuevos ricos, lo que en Venezuela se llama la boliburguesía y cuyas fortunas, allá, son de fábula, mientras la gente se muere de hambre. No sorprende entonces que esta nueva élite apruebe que el poder aplique mano dura a la oposición, disuelva la UNE y denigre a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que salvó la vida a miles de perseguidos por las dictaduras militares del Cono Sur.
Encuesta final: ¿La decrépita Mia Farrow y el actor negro a quienes les pagaron un dineral para que vinieran a meter la mano en el petróleo también son de izquierda?