Dentro de los calificados gobiernos de izquierda que rigen los destinos de algunos países de América del Sur, hay uno que, indiscutiblemente, es auténtico en esa tendencia. Es el de Uruguay, cuyo presidente, José Mujica, fue guerrillero Tupamaro. Estuvo preso por más de 14 años. Defendió sus ideas. Luchó con fusil en mano. Sabe lo que es el abuso del poder y la intolerancia política.
No tiene grados o posgrados en universidades del exterior. Sus títulos los obtuvo en la cárcel, conviviendo con el odio de sus captores, y leyendo lo que sus guardianes le permitían.
Una vez en libertad se dedicó a trabajar, con pala y azadón, en su chacra. Es, en términos empleados en las naciones colindantes con el río de La Plata, un chacarero. Él sabe lo que es vivir tiempos difíciles; pasar hambre, y no llorar ante la adversidad, sino enfrentarla. Sus días transcurrieron, aun ahora, de forma sencilla. Da vida a sus ideas y continúa con lo positivo de su antecesor en la presidencia, Tabaré Vázquez.
No necesita de guardaespaldas, ni tiene chef belga en la residencia presidencial. Desayuna, almuerza y cena en bares públicos, ubicados en el Mercado del Puerto, donde concurren obreros y empresarios. Se alimenta con comida nacional, preparada por cocineros uruguayos.
Camina, a pesar de su edad, por las calles de Montevideo, acompañado de no más de tres colaboradores.
No se manda a confeccionar camisas o pantalones con modistos. Usa lo que produce su tierra. Puede ser descachalandrado, pero es auténtico. El poder no le marea, ni persigue a un manifestante por expresar su opinión en contra de su programa de gobierno.
Es humano. A pesar de haber sufrido las barbaridades de la última dictadura militar en su país, ha propuesto una ley para que los presos de más de 75 años de edad, entre los que se incluyen los uniformados que lo persiguieron y encarcelaron, no permanezcan detenidos, porque no quiere tener viejos en prisión.
Es tolerante. Fue el único mandatario de izquierda que cuestionó la intolerancia del gobierno de los Castro con los disidentes de Cuba. Otros permanecieron callados ante las atrocidades de la dictadura castrista. Algún otro justificó lo que sucede en esa isla caribeña.
El Ministro de Relaciones Exteriores uruguayo usa el transporte público para ir y volver a su lugar de trabajo. Va con traje y corbata, y llega temprano por la mañana a despachar. No destrozó ni persiguió a los miembros del servicio exterior del Uruguay, todo lo contrario, los respetó. No designó a asesores de su movimiento político. Se valió de la gente de Cancillería para mantener una política exterior coherente.
Si encuentra diferencia con nuestra realidad, se debe a que el uno ha revisado panfletos del socialismo del siglo XXI, y el otro ha vivido regímenes totalitarios.