Cada dos por tres escucho o leo a alguien decir que estamos tan politizados que la vida se ha vuelto invivible. Sin embargo, me pregunto si no será todo lo contrario. Es decir, que nos hemos vuelto insufribles (seamos del bando que seamos) precisamente porque carecemos de actitud y mística políticas, o sea, porque estamos despolitizados; porque anémicos de ganas y argumentos dejamos que nuestra anorexia política nos consuma, hasta dejarnos hechos una miseria.
La campaña apenas está despegando y la inapetencia generalizada ya es preocupante. Como esas personas que padecen de anorexia nerviosa y no soportan la sola mención de comida en su presencia, varios conocidos no quieren ni oír mencionar el nombre de un posible candidato a la Presidencia. Todos les producen grima, desolación, arcadas.
En parte, los comprendo; no faltan ganas de morir de hambre ante un panorama tan poco auspicioso. Pero morir de inanición no es la salida más inteligente. Si para la sobrevivencia física no queda otra opción que comer, para mantener una vida política saludable un paso indispensable (mientras este sea el sistema hay que jugar con sus reglas) es designar mandatarios que gestionen la cosa pública desde unos valores y perspectivas que nos representen.
Pero ese es solo un paso, y no siempre el más importante. Lo que realmente nos nutriría, y nos reviviría, sería tener una actitud política activa (en un anoréxico nervioso significaría que le vuelva el color a la cara y recupere peso), desde la cual con pequeñas acciones nos empapemos de lo que pasa, de las medidas que podemos/debemos tomar y ser lo suficientemente constantes como para involucrarnos en la gestión que mejore nuestra calidad de vida.
Suena a misión imposible, por esta deficiencia de participación política crónica que padecemos, pero conozco gente (de carne y hueso, que seguramente nació con la misma condición de ‘comodidad congénita’) que lo hace: vive en La Floresta y está involucradísima –es decir, políticamente activa– en el destino de su vida de barrio. O sea, es gente que decidió rehabilitarse y dejar atrás su anorexia política, para hacerse cargo de la forma en la que quiere vivir en comunidad.
Solo con eso (como cuando un anoréxico decide comenzar a consumir proteína) ya está hecho el 70% del camino. De ahí, toca optar por representantes que gestionen lo público (el equivalente a empezar a consumir fibra y algo de grasa).
Así, poco a poco, la imagen que nos devuelva el espejo empezará a cambiar. No seremos más esos hueso-y-pellejo de la política. Hay que empezar en algún momento, y el 2016 nos sirve en bandeja la oportunidad de politizarnos de verdad y dejar de ser estos esqueletos inconformes e insufribles.