“Bajo cualquier latitud, el hombre occidental está en Roma, la ciudad que tiene el tamaño del mundo. Ni el tiempo ni las guerras pueden tocar su singular permanencia. Así, más importante que las palabras que busco para expresarla, es el hecho de que estas palabras pertenezcan, veinte siglos después del asesinato de César y en la otra margen del Atlántico, a un dialecto de Roma”.
De este modo, en español, ‘ese dialecto de Roma’, agradeció Jorge Luis Borges la recepción de la Orden al mérito de la República Italiana, que le fue concedida por el entonces presidente de Italia, Giovanni Gronchi. Alicia Jurado, con la frescura del conocimiento y admiración que siente por el escritor, nos las entrega en su obra ‘Genio y figura’ de Jorge Luis Borges. Las palabras borgianas, las nuestras, las del papa Francisco, hispanoamericano de Argentina, se pronuncian en español, un ‘dialecto’ de Roma a cuya ‘mística y antigua grandeza’ se añade, desde tiempos lejanos, su condición de capital de la fe. Nuestra lengua permitió a Francisco sentirse menos extraño de lo que otro papa de lengua no románica se hubiese sentido en el difícil Vaticano, y nos permite sentirnos aún más hermanados con el pontífice. Desde el Vaticano y en él, hoy, gracias a la independencia mental, la sinceridad personal y el valiente coraje del papa Francisco, se juzgan los entresijos de ocultos crímenes, de ambiciones sin límite, tan alejados del evangelio, que hemos de preguntarnos cómo la Iglesia logró sobrevivir durante los largos siglos transcurridos en medio del ocultamiento y la impiedad.
Pero cualquier pregunta o advertencia, cualquier sorpresa, al formularse, han de respetar la advertencia papal que nunca se destacará suficientemente: “los hechos han de interpretarse desde la hermenéutica del tiempo en que sucedieron”, principio fundamental del estudio y de la crítica. Así el Papa acepta sin escándalo, que Evo Morales le haya entregado un Cristo tallado por un mártir de la fe y de la pasión por el pueblo pobre, ornado con la hoz y el martillo. Así también, leemos sus referencias al proceso de cambio en que, irremisiblemente, se hallan los países del mundo y, de modo particular, los nuestros, pues el cambio exige un proceso y el proceso exige tiempo… “Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: proceso de cambio, por eso me gusta la imagen del proceso, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, reemplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos”… “La opción es por generar procesos, no por ocupar espacios”… “El cambio no puede considerarse como “algo” que un día llegará porque se impuso tal o cual postura política”. Y, aunque no sé si las dijo el Papa, las siguientes palabras surgen de la más sincera hermenéutica de su presencia entre nosotros: “Formas y sistemas políticos populistas, por no basarse en estos fundamentos, son formas de hegemonía política maquillada de democracia”.