De todas las emociones altamente destructivas, talvez ninguna aqueja a más de nosotros que la ira, reacción emocional natural que todos sentimos de tanto en tanto. Bien manejada, puede ayudarnos a resolver problemas, a alcanzar objetivos, e incluso a sentirnos mejor con nosotros mismos. Pero cuando se descontrola, puede causar severos problemas en nuestra salud física y mental y en nuestras relaciones interpersonales.
Es grave cuando el mal manejo de la ira conduce a que una persona sufra de dolores de cabeza, problemas digestivos, presión arterial alta o problemas cardíacos. Es aún más grave cuando ese mal manejo de la ira hace que esa persona se sienta infeliz, pierda interés en las cosas de las que antes disfrutaba, se deprima, desarrolle un mal concepto de sí misma y, en el extremo, se refugie en el alcohol o en las drogas para tratar de calmarse o de olvidar las consecuencias negativas de su ira. Y la gravedad de todo aquello se multiplica muchas veces cuando el mal manejo de la ira conduce al daño y a la destrucción de sus relaciones de trabajo, de amistad y, sobre todo, de amor, y la persona queda, en consecuencia, en estado de intensa soledad.
Muchas y muchos de nosotros ni siquiera sabemos reconocer los síntomas de un ataque de ira, que incluyen la tensión de los músculos, la compresión de la mandíbula y los puños, la aceleración de la respiración y del corazón. Muchos tampoco sabemos qué causa nuestras reacciones de ira. Con frecuencia resultan de que otros nos traten injustamente, nos agredan, no nos escuchen, nos mientan, nos hagan perder tiempo, nos critiquen, no nos concedan el crédito que merecemos por algo que hemos hecho, o no actúen como creemos que deberían hacerlo. Y también, sin que intervengan otros, nuestra ira puede resultar de que las cosas no nos salgan como planeamos o hubiésemos querido, de un fracaso, o de la falta de control y la desesperanza.
Aun si logramos reconocer la ira e identificar sus causas, la mayoría de nosotros no hemos desarrollado la habilidad esencial de calmarnos. No sabemos hablarnos a nosotros mismos con tranquilidad, respirar profundamente varias veces, pensar cuidadosamente antes de hablar, y evitar decir cosas de las cuales luego nos arrepentiremos. Sobre todo, la mayoría de nosotros no hemos desarrollado el esencial arte de expresar nuestra ira de manera sana, manteniendo la calma, explicando clara y tranquilamente por qué estamos molestos, o cuál consideramos que es el problema, y planteando qué es lo que nos gustaría que cambie o que ocurra en el futuro .
Resulta difícil creer que este campo tan esencial, en el cual labramos nuestra infelicidad o, al contrario, nuestro profundo potencial para paz y bienestar, recién ha adquirido un lugar prominente en el pensamiento humano en el pasado muy reciente.