Con restallante frase, Édgar Freire Rubio -el librero y bibliófilo- dejó en claro lo que pasaba: “Hemos caído en el juego de las encuestas, que no son más que la incapacidad para decidir, en este lavatorio de manos”, al estilo de Poncio Pilatos. Ese mismo día, varios ex Alcaldes se dirigieron al Municipio, para plantear que no se cambie el nombre del actual aeropuerto, sino que se mantenga el de Antonio José de Sucre, debido a las vinculaciones del Mariscal de Ayacucho con nuestro país; conductor victorioso de la Batalla del Pichincha y líder del Distrito del Sur en la vieja Gran Colombia.
Porque el método de las consultas generales resulta del todo inepto para decidir la cuestión y porque si en definitiva se quiere cambiar de nombre a la obra situada en Tababela, esta sería la ocasión para reparar una injusticia histórica y, al mismo tiempo, asentar sobre bases firmes el esencial conocimiento y la veneración por las raíces de nuestra nacionalidad, objetivo que hasta en los tiempos de la llamada ‘revolución ciudadana’ se dice uno de los propósitos centrales del proceso.
Si entre las alternativas propuestas fuera preciso prescindir de aquello de la ‘Mitad del Mundo’ que constituye un dato astronómico y de ‘Manuela Sáenz’, apasionada amante del Libertador, restarían los nombres de Eugenio Espejo y Carlos Montúfar.
El primero, verdadero gozne sobre el que giró la peripecia nacional entre los años finales de la Colonia y las vísperas de la lucha por la Independencia, con el dato adicional e importantísimo de primer periodista al editar las Primicias de la Cultura de Quito, y toda su desbordante trascendencia, tiene que ceder ante el segundo, que encarnó el propio vértice de la nacionalidad ecuatoriana.
Paradójicamente, resulta factible que el apellido de la familia, una de las más comprometidas con la identidad y la liberación americanas, haya tenido culpa en las confusiones, los errores y el insuficiente conocimiento de la actuación de Carlos. Cuando se examina el Primer Grito de la Independencia, es inevitable aludir a la Junta de Gobierno del 10 de agosto de 1809, cuyo presidente fue Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, padre de Carlos y otros vástagos de destacada actuación en esos borrascosos tiempos.
Fracasada la Junta inicial, mientras Carlos estaba en la Metrópoli y seguía la carrera de las armas, el confuso Consejo de Regencia que sustituía a los monarcas, presos de Napoleón, decidió enviar ‘Comisionados’ hacia las inquietas colonias americanas. Carlos fue enviado a Quito y enterado de la verdadera situación, comenzó su desempeño decisivo y promovió una segunda Junta, la de los pasos fundamentales. Reunió una Asamblea que expidió la Primera Constitución –meses antes que la de Cádiz, donde se discutía similar documento–. Capturado por los realistas, fue fusilado en la pequeña ciudad colombiana de Buga, el 31 de julio de 1816.