Éste es el primero de una serie de artículos sobre la intolerancia, que es una de las principales causas de la recurrente violencia y destructividad con la que, en diversas épocas y diversos lugares, los seres humanos nos hemos causado y nos seguimos causando intenso daño y dolor.
Estos artículos contendrán una exploración de la naturaleza de la intolerancia, de sus consecuencias y sus causas, de algunas instancias históricas especialmente salvajes de la misma, de las justificaciones que han sido y son planteadas a su favor, que son aún más graves que sus mismas causas y consecuencias, y de algunas ideas sobre de cómo combatirla. Para introducir todo ello, comienzo con dos reflexiones.
Primero, frente a la terrible propensión de nuestra especie a ser cruel y destructiva, que la intolerancia nutre tan eficazmente, son observables tres posibles actitudes: (a) aceptación, porque no se ve o no se quiere ver una real posibilidad de cambio; (b) esperanza de que sí existe tal posibilidad de cambio, pero no acompañada de acción, sino más bien de la cómoda expectativa de que “alguien” se ocupe de ello; o (c) esa misma esperanza, unida a decidida acción. Asigno importancia a explorar la intolerancia humana porque siento un firme compromiso con la tercera posición.
Creo que sí es posible cambiar las actitudes y los comportamientos destructivos de la mayoría de nosotros, y busco acompañar esa creencia con acciones concretas, en mi caso intelectuales, orientadas a impulsar dichos cambios.
Segundo, es importante resaltar la actualidad del tema.
Mi lectura de la historia no me sugiere que han existido tiempos de absoluta paz y tranquilidad, pero aceptando que la tensión y algún nivel de conflictividad son condiciones naturales de las sociedades humanas, sí creo que se ha dado una sustancial oscilación, en el tiempo, entre mayores y menores niveles de tensión y riesgo.
Para ilustrar, es evidente que el año 1936, a medio camino entre los años 1933, cuando Hitler ascendió al poder y 1939, cuando invadió Polonia, fue un año de mucho mayor riesgo para Europa y para el mundo entero que, por ejemplo, 1901 cuando el único evento de alguna trascendencia histórica en Europa fue la muerte de la Reina Victoria de Inglaterra.
Bajo esa lógica, propongo que los peligros del 2012 se acercan mucho más a los de 1936 que a los de 1901, tanto en el contexto global como en otros más puntuales, en diversos lugares y diversas sociedades del mundo.
Y también propongo que mucho de por qué la actualidad reviste enormes peligro estáíntimamente vinculado a exacerbadas intolerancias y a una creciente tendencia a justificarlas.
Con estos antecedentes conceptuales, dejo planteada mi invitación a acompañarme en la anunciada exploración.