Una sola frase, sacada de su contexto, sirvió para hacer un escándalo con las declaraciones de un gran escritor de novelas de aventuras. Arturo Pérez-Reverte dijo, en efecto, que “Internet es el triunfo de la estupidez”. No dijo, sin embargo, que la estupidez no ha necesitado tecnologías avanzadas para triunfar en distintos momentos del devenir humano. Le ha ido bien en las civilizaciones manual y mecánica y ahora se pavonea y se vuelve más visible en la virtual.
De las declaraciones del novelista a El Mundo de Madrid quedó esa frase de provocación: “Internet es el triunfo de la estupidez”. Lo demás, más esencial, pasó a segundo plano. Como esto: que la salvación de España “pasa por la cultura, entendida como educación y sentido común”.
Muchas otras cosas dijo en esa entrevista el creador del Capitán Alatriste, autor de Club Dumas y La tabla de Flandes: que “un país que presume de su incultura es como un enfermo que presume de su enfermedad”. Y en este punto quise creer que Pérez-Reverte no era un escritor español nacido en Cartagena (Murcia), miembro de la Real Academia Española, sino un compatriota cercano.
Al leer esa parte de sus declaraciones imaginé que era el más realista de los escritores colombianos, que hablaba sobre la incultura que se enseñorea aquí y allá de manera desafiante, no tanto desde Internet como desde la telebasura que alimenta nuestro imaginario colectivo. Internet no ha hecho otra cosa que reproducirla.
El escritor hablaba de su país. Y de la culpa de los españoles hundidos en la más grande crisis económica de su breve vida de nuevos ricos, que no tuvo 30 años. Y de los banqueros y de los políticos y de quienes tragaron tanto estiércol financiero. “Hemos vivido irresponsablemente muchos años y nos hemos dejado arrullar -dijo-. La pena es que el que no se ha dejado engañar también está pagando.”
Pérez-Reverte fue muy razonable al decir que “la política no respeta nada y acaba ensuciándolo todo, ya sea el lenguaje, la justicia, la economía o la educación”. Podríamos decir lo mismo, aquí o en cualquier parte donde la política decida sobre todas las cosas y, como en todas partes, las pervierta y ensucie.
El novelista se refería, claro está, a la crisis que él mismo anunciaba hace años como un simple ciudadano y que cualquier español sensato veía venir dentro del carnaval de sus hipotecas. Creo que el cabreo de Pérez-Reverte no era con Internet. Estaba cabreado con “esta pandilla de sinvergüenzas de la crisis”, incapaces de decir a tiempo lo que se les venía encima. Hoy, todos pagan las consecuencias del modelo de “prosperidad” hecho por unos pocos.
Internet era lo de menos. O lo era apenas de pasada.