Cada día veo con mayor asombro cómo el honor de muchas personas y su futuro personal (y laboral) se juegan en Internet. Los casos abundan porque en la sociedad que estamos viviendo “somos lo que Google dice que somos”: Google es el espejo de nuestra personalidad.
Todos googleamos antes de una cita . Todos sabemos quién es el “otro” antes de enfrentarnos con él. Google actúa como carta previa de presentación.
Recientemente me visitó un médico en el estudio porque un paciente no había quedado conforme luego de haberlo consultado. Según el paciente le había “dolido” cuando el médico lo revisó. El paciente llegó a su casa, habló con un “amigo informático” y en pocos minutos creó tres plataformas digitales anónimas (blogs) donde manifestaba, cobardemente y amparándose en el anonimato, que el médico era un “animal”, un “carnicero” y un “pésimo profesional”.
Estos blogs indexan muy bien: esto significa, en criollo, que al incorporar el nombre del médico en el campo de búsqueda de Google, automáticamente se nos remite a una página en la cual aparece, en los primeros resultados de búsqueda, los tres blogs .
Esta situación aniquiló la actividad profesional del médico: ¿qué paciente lo va a visitar o qué prepaga lo va a contratar con semejante antecedente “visible” en la web? Inclusive, quienes compartían el consultorio con él, lo “invitaron a retirarse” porque la situación les pegaba de costado al compartir el mismo espacio de trabajo. El médico, en poco tiempo, se quedó sin pacientes, sin prepagas y sin consultorio.
No estoy hablando de la reputación de “políticos o famosos” que están expuestos a una mayor visibilidad por la actividad que desarrollan, lo cual podría generar alguna consideración jurídica particular (validada por antecedentes de la Corte Suprema). Este es un médico sencillo, común y silvestre, no tiene nada de “glamour”, vive de su trabajo, como cualquiera de nosotros.
Este tipo de situaciones son moneda corriente, constituyen un verdadero despropósito y requieren una respuesta legal inmediata para la gente: una solución gratuita, eficaz y rápida. Por supuesto que el derecho a la libertad de expresión es inalienable que debe respetarse a rajatabla como lo establece nuestra Constitución y Tratados Internacionales de rango constitucional, pero no es lógico que, bajo el amparo de la supuesta libertad de expresión y el cobarde anonimato, se afecte el honor de la personas con efecto viral causando un daño irreparable. El equilibrio debe imponerse.
Considero que una forma de frenar a estas situaciones es buscar una legislación adecuada para los proveedores de servicios de Internet, con un análisis serio, completo y coherente, con soluciones que contemplen equilibradamente los intereses en juego, con participación de los jugadores involucrados en el negocio y los consumidores.
Ya sé que a muchos amigos la palabra “legislar” en Internet les genera urticaria, pero no podemos considerar a la web un espacio sin ley donde “todo vale”.