Insultos y derecho a sacarse el clavo

Para Correa, era inadmisible que en la página web de los periódicos se opine contra él con ofensas, eso no era debate político. Pedía prohibirlas y sancionarlas. Una exigencia que llevó a auto censura; los periódicos quitaron ese espacio de comentarios anónimos en los que muchos se sacan el clavo contra los electos o dicen su malestar social. De una indignación personal por las ofensas, se pasa a tomar medidas que implican al colectivo y moldean un tipo de sociedad. La falta de tolerancia lleva a la imposición de controles, sanciones y a limitar el derecho a la contestación.

Hay menos comentarios en los periódicos a partir de la exigencia de dar copia de cédula de identidad. Es decir, la lógica de control, con la amenaza posible, limitan ya la expresión de lo que realmente piensan las personas y quieren decirlo. Una sociedad en la que uno no puede expresarse con sus ideas más sentidas, inclusive con sus animosidades, favorece el desinterés público.

Ahora, el gobierno quiere penalizar las injurias y calumnias en las redes sociales. Otra vez se va a legislar en función del momento o de los ánimos de personajes públicos y no de un sistema que conviene, favorable a la convivencia.

Las sociedades más tolerantes aprendieron que las expresiones ofensivas de repudio a personajes públicos, en el anonimato, algo decían del aire del tiempo y que dejarlas decir lo que sea, terminaba por no crear precedente ni destruir el convivir, al contrario definía un halo de libertad que favorecía a todos; inclusive creaba una reacción contra los insultadores.

El personaje público debe diferenciar que éste no es exactamente su persona, pero como personaje público debe actuar y ser juzgado; puede ser objeto de rechazo, adulo, desprecio o admiración, sin que lo merezca, hace parte de su rol no tanto de su persona en sí misma.

Para la sociedad tener válvulas de escape a sus tensiones es indispensable, sin ellas se acumula frustración y puede así convertirse en violencia o en el rechazo a todo. Sin ellas crece una sociedad disciplinaria y reglamentista, el miedo y frustración interiorizadas.

El derecho a lo prohibido -y no es gran mal insultar a un político que se ve negativo- es una necesidad del convivir, ayuda a no pasar a los puñetes.

La serie de comentarios con insultos de la pagina web de Le Monde o El País o el New York Times no invade el convivir fuera de las redes sociales. Un sistema ideal de sanciones termina en cambio por crear una linda cárcel de frustrados, no el paraíso pintado en el deber ser. Al contrario, lo que se dice en redes sociales por su autenticidad puede ser más útil al gobernante que el silencio. La verdad es más importante que su ausencia. Tranquilizar inseguridades personales con la sanción y control vuelve a la sociedad autoritaria y conservadora. Tener el gusto del aire libre es más reconfortante que no salir para no enfrentar el viento.

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