Hace un par de años, el recién fallecido cronista mexicano Carlos Monsiváis me preguntó en una charla informal qué tipo de presidente era Rafael Correa y si, como había leído, era parecido a Chávez. Antes de contestarle me confesó que sabía poco de la situación de mi país. Le dije que a mi entender ambos compartían algunas ideas y modos de actuar. ¡Qué lástima!, exclamó. Monsiváis, que era de izquierda y se describía como “un amante de las causas perdidas, que, por otra parte constituyen 90 por ciento de las causas”, fue un intelectual coherente de inicio a fin. Casi nada de la política y cultura le eran ajenos. Criticaba con mordacidad y humor los dobles discursos, el conservadurismo y la intolerancia. Además, nunca sacó tajada económica de su fama ni buscó poder político.
El “cortador de cabezas”, como le llamó Octavio Paz, era un instigador democrático. Invitaba a abrir los ojos, a ver detrás de la fachada y a participar en la vida pública. Pensaba, a contracorriente de varios de sus admiradores, que los hermanos Castro y Chávez iban en sentido opuesto a la democracia. De Correa intuía algo similar. En 15 años que radiqué en México como corresponsal de un medio extranjero, entrevisté a Monsiváis pocas veces, pero lo leía y seguía casi a diario. En una ocasión me dijo que la izquierda exudaba un “analfabetismo moral impresionante” por juntarse con oportunistas, ser intolerante y no criticar a Cuba ni Venezuela.
Traigo a cuento a Monsiváis porque duele su partida y ahora que visito Ecuador me encuentro con una intensa campaña mediática oficial que, supongo, habría puesto contra el paredón.
Arremeter contra personas y medios de comunicación sin identificarlos para coronar el mensaje de que la “patria ya es de todos” es un eslabón más, entre otros, de un estilo de gobernar que no promueve la convivencia. No he podido evitar el recuerdo del gobierno de León Febres Cordero, quien también denostaba a sus enemigos políticos con cadenas de televisión, campañas mediáticas y una serie de ataques a periodistas y columnistas.
“Los medios impuros desembocan en fines impuros”, declaró Mahatma Ghandi. Esto se aplica antes y ahora, con la izquierda y la derecha. Dudo que esta campaña y este estilo “impuro” de confrontación ayuden a la democracia, sistema que en teoría permite que una comunidad donde hay diferentes intereses, conviva de manera institucional y pacífica.
Lo que antes se combatió por parte de la izquierda no puede ahora justificarse por un supuesto fin superior. Tiempo y dinero de los ciudadanos, los contratantes de cualquier Gobierno, se requieren para construir democracia. Que no se desperdicien.
Monsiváis ya no volverá a escribir. Pero vale recordarlo para exigir como él, menos intolerancia y más democracia.