Varios analistas se interrogan sobre el fenómeno particular que se presenta en las clases medias latinoamericanas, que habiendo mejorado sus condiciones de vida con posibilidades de acceso a bienes perdurables como vivienda y a otros de simple consumo, que antes lucían inalcanzables cuando las posibilidades de obtener créditos eran escasas, todo aquello obtenido en un mapa latinoamericano del que se esfumaron los totalitarismos aun cuando sea en apariencia, sean renuentes a aceptar tesis que aseguren la estabilidad de estos sistemas en el mediano y largo plazos, exigiendo supuestas reivindicaciones casi a título gratuito que desarmarían a las economías de los Estados y pondrían en riesgo precisamente el grado de bienestar que han alcanzado.
Se lo ve frecuentemente a lo largo de todos estos países; y, quienes a su momento encabezaron las protestas y los reclamos o desestabilizaron los gobiernos son premiados con el voto popular, para desde las posiciones alcanzadas continuar bregando a favor de esas posturas con resultados, las más de las veces, distintos a los que esgrimían en sus discursos de barricada.
Sin duda la insatisfacción mueve al electorado. El problema radica en establecer si es posible atender todas las demandas o, ante los recursos limitados, priorizar las que resultan inminentes que no necesariamente están dirigidas a favor de los que se encuentran en la mitad del emparedado, sino más bien a apoyar a los que carecen aún de lo básico.
En consecuencia, los sectores medios sienten postergados, casi siempre con los mismos ingresos pero con nuevos hábitos de consumo y expectativas elevadas, que la imposibilidad de satisfacerlas les causa frustración. De allí a la ira existe un solo paso y hay que descargarla sobre el culpable de turno. Nada más sencillo que dirigir la vista hacia los individuos que, por actitud de vida, han buscado emprender.
Se los mira con desdén, como parte de una subcultura que no ha entendido que la misión en la tierra de los seres humanos es compartir. Hasta allí la lógica es irrebatible. Sin embargo, falta un paso esencial que es la necesidad de crear riqueza para poder repartirla, alguien que se encargue de la posibilidad de producir los bienes que significará el nirvana de las necesidades insatisfechas.
Con la agresividad desatada en contra de los que producen, con el ceño fruncido con el que los moteja, logran lo que no se encontraba en el guión, que las empresas no inviertan lo suficiente, que no se amplié la oferta de trabajo, que se mantengan en el punto mínimo en el que puedan subsistir, sin que se realice el círculo virtuoso que genera bienestar e inclusión de las mayorías.
Parecería que es tiempo de cambiar paradigmas y revertir la carga negativa que existe en contra del emprendimiento. Los Estados por sí solos no podrán con la tarea y se vuelve indispensable crear fuentes de trabajo sustentable. No hacerlo es privar de oportunidades a los que más necesitan.