Debe ser muy difícil gobernar; basta leer las definiciones contradictorias que se dan. El sentido común insinúa que consiste en resolver problemas, Ezra Pound decía que es, más bien, el arte de crear problemas con cuya solución mantener a la población en vilo, y Andreoti que no consiste en solucionar problemas sino en hacer callar a los que los provocan. En todo caso gobernar debe ser angustiarse o inquietarse, como ocurre ahora con la Revolución Ciudadana.
Con más de 100 votos en la Asamblea Nacional, agradecidos y disciplinados, pareciera que no cabían sorpresas ni contratiempos. Algo debe inquietar, sin embargo, a la Revolución Ciudadana para que, sin necesidad, humille a sus fieles militantes exigiéndoles la aprobación de la Ley de Comunicación sin debatir, pese a los cambios introducidos, como si fuera peligroso que intenten buscar argumentos para defender la concepción que esconde esa ley sobre el periodismo y los medios de comunicación. Debe inquietar al Gobierno los resultados de la reunión de la OEA en Guatemala; resultaron vanos los reiterados esfuerzos por conseguir apoyo para restar capacidades a la CIDH y tener un puesto en ella con la candidatura de Erick Garcés.
Debe inquietar al Gobierno que la empresa canadiense Kinross anuncie públicamente que no hay acuerdo para la explotación del oro que ha descubierto, después de más de dos años de negociaciones. Será otro bocado de los recursos nacionales para China y otra negociación tensa con Kinross para establecer la indemnización correspondiente. Algo debe inquietar al Gobierno para que salga el Canciller y diga, con palabras presidenciales, a una empresa extranjera: “Que les vaya bonito, pero aquí se respeta los intereses del país en primer lugar”.
Debe inquietar a la Revolución Ciudadana que Venezuela, padre y madre del socialismo del siglo XXI, haya terminado en una crisis, de imaginables consecuencias, en lo político, económico y social. Debe inquietarle que el Gobierno argentino, prototipo del modelo populista, paternalista, repartidor de bonos, subsidios y espectáculos, sea acorralado por un solitario periodista que le atormenta cada semana con los detalles del operativo de corrupción y le obliga a refugiarse en el silencio.
Debe inquietarle el derrame petrolero, tan delicadamente manejado por la prensa, que contaminó el agua potable de pueblos enteros, cuyos costos y consecuencias no han sido evaluados todavía. Y precisamente cuando debe hacer el anuncio más previsible y menos presentable: la explotación de petróleo en el Yasuní.
Debe inquietarle todo esto más el caso Assange, los fallos en los arbitrajes internacionales, la refinería del Aromo y otros arcanos guardados en el ático del poder. Casos que provocan ese aire tan incómodo que respiramos y que ha obligado al Gobierno a reabrir la investigación del innombrable 30S.