El fin de la inocencia

Quería escribir este artículo la semana pasada con la ingenua intención de influir en los miembros de la Comisión de Fiscalización para que hagan lo correcto. Pensaba ingenuamente que Marco Murillo, Pamela Falconí y Silvia Salgado terminarían jugándose por un informe de mayoría que dé paso al juicio político al fiscal Pesántez, a pesar de las presiones de Carondelet o del ‘otro’ grupo de Alianza País que ha pretendido tapar el sol con un dedo. Pero me alegro tanto de haber esperado un poco más, para darme cuenta que la ingenuidad y la buena fe en política no juegan del lado del Ecuador y mucho menos del lado de la justicia.

Ahora que la suerte está prácticamente echada, es necesario dar el primer gran campanazo a la sociedad ecuatoriana y decir a viva voz que la primera gran batalla ética en este Gobierno se ha perdido. Y el que más perdió fue el Presidente de la República, por no estar del lado de la transparencia, de esclarecer (ojalá se pudiera decir hasta las últimas consecuencias) el comportamiento de un funcionario público que -hoy por hoy- es una de las piezas fundamentales del sistema judicial ecuatoriano. Nada más, ni nada menos.

Es una verdadera pena que ni siquiera hayan permitido al país, ni se hayan permitido ellos mismos seguir adelante con un juicio que, en estricto sentido, pudo jugar a favor del Fiscal General de la Nación, pero ni siquiera hubo los pantalones y las faldas para aguantar ese lavado de rostro. Da mucha tristeza escuchar excusas como que el juicio era inoportuno por el tema del accidente de tránsito o que había que cerrar filas alrededor de la voluntad del Presidente. Parte del subdesarrollo (y no lo digo yo lo dijo el presidente en Illinois, es reconocer nuestras culpas, terminar con la cultura de la culpa es del otro). Entonces, ¿por qué decirse las cosas en el rostro es tan difícil? ¿Por qué cuestionar la ética o la probidad notoria de un funcionario que usa dinero de todos los ecuatorianos no puede ser posible? ¿Qué pasa con la promesa del plan de gobierno de una revolución ética?

Después de esta telenovela censurada antes de siquiera comenzar, se terminó con la inocencia. Hay que rescatar a los cuatro mosqueteros que lo intentaron -por lo menos- aún a costa de ser vilipendiados, amenazados y hasta menospreciados por tener el simple atrevimiento de preguntar y cuestionar-María Paula Romo, Rossana Alvarado, Virgilio Hernández y Paco Velasco-. Solo habrá valido la pena el intento si ahora son capaces de enfrentar otra batalla más: devolver algo de ética a la política y a su proyecto de revolución que –hasta hace muy poco- muchos creíamos que era cierto. Ojalá empiecen por reformar la Comisión de Fiscalización, para impedir que los lobos estén cuidando de los corderos.

Sin ética, la revolución es tan sólo papel mojado.

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