Quito vive otro festival internacional de jazz. Habría sido impensable hace 10 o 12 años una orquesta sinfónica de jazz y que composiciones musicales típicas nacionales sean reinterpretadas en jazz, faltaba la gente para hacerlo, concebirlo y tocarlo. El Ecuador se ha vuelto abierto a las modernidades sin que sienta amenaza, es que desde hace varios años, se afirma como país, incluido con la protesta callejera y golpes de Estado.
Esta apertura de innovación requiere de gente con el gusto y motivación de hacerlo. No es fruto de una política actual que ofrezca ventajas para prepararse o presentar espectáculos; esto ayuda pero no crea el proceso, este viene desde hace mucho tiempo, y no tanto por decisión gubernamental. Un compositor musical o un músico que interpreta jazz en composiciones ecuatorianas no se hace de un día para otro. Ni es el fruto de una persona. Se requiere constancia, continuidad, voluntad, sentido de búsqueda y creación. Es a lo mejor lo que más falta hace al inestable Ecuador, por el cual cada Gobierno desconoce el pasado, inventa el agua tibia y piensa refundarlo con el recalentado de un discurso de descubrimiento de lo ya conocido. Se desperdicia así, por la vanagloria de unos o por cálculo circunstancial, nuestros esfuerzos e inversiones, la pasión y entrega puestas para que una iniciativa o una política tengan sentido. Sin continuidad, esto que puede ser innovación e inversión en bienestar colectivo, se vuelve moda de un momento, desperdicio de trabajo e ilusión, para sembrar desengaño y frustración.
Los músicos que exploran y quieren darle continuidad en la renovación a la música ancestral, son fruto de esfuerzos acumulados, de sacrificios anónimos y olvidados. Las actuales inversiones y políticas las recogen y potencian, pero no existirían sin el esfuerzo del pasado, ni se potenciarían sin la inversión de hora. Reconocerlo y ver la pertinencia de acumular esfuerzos y no desperdiciarlos sin la continuidad es hacerse grande, digeriendo el pasado, no negándolo.
En todo Ecuador, desde hace años, hay búsqueda de cambio, de resolver problemas nuevos y acumulados, con esfuerzo de pocos o de todos. Hace años que anónimos ciudadanos emprenden alguna búsqueda de innovación, sin que necesariamente el Estado o iluminado alguno sea el promotor, pero el juego político de descubrir el agua tibia y de pretender innovar, cuando hace recalentados sobre el entierro de esfuerzos anteriores, termina por limitar su desarrollo. En las crisis de los 90, ante el vacío de Estado y de confianza en nosotros mismos, la sociedad se volcó a proponer y buscar innovación. Pero el Estado rentista y redentor que llegó, acabó con esa voluntad de hacer. Así, la inestabilidad y la pretensión de todo resolver de arriba con las arcas del Estado, terminó por castrar la dinámica social, cuando la buena política necesita de ésta.