La iniciativa privada en la Cuba socialista y de economía centralizada se está haciendo un lugar en un rubro impensado: la recolección y reciclaje de basura. Para muchos es un medio de subsistencia, otros han encontrado una mina de oro.
Para “Pitusa”, los desechos que botan los habitantes de La Habana son fuente inagotable de recursos útiles. “No desperdicio nada, recojo, selecciono, limpio y guardo para cuando me haga falta”, dice este hombre que lo mismo recompone una ventana que fabrica un mueble “multifuncional”.
“Tengo 43 años y desde hace 19 trabajo en el reciclaje”, añade a Tierramérica, tras pedir que se lo identifique como Pitusa, porque no tiene licencia de cuentapropista. “Hago tantas cosas que no sabría cómo registrarme y pagar impuestos”, se justifica.
En la basura hay muebles rotos, botellas, cristales, tubos plásticos o de hierro, carretes de pesca, sillones, puertas o ventanas viejas. “Nada es inservible, aunque lograr un mueble nuevo de un ‘tareco’ (utensilio en desuso de poco valor) no es fácil. Para mí es algo artístico darle un uso a aquello que fue abandonado y nadie le hace caso”, comenta con un dejo de orgullo.
Pitusa es un “buzo”, el nombre local del eterno oficio de encontrar en la basura algo que sirva para ganarse unos pesos.
“En este momento hay 5 800 recuperadores con licencia de cuentapropistas, pero sabemos que son muchos más que no se han inscrito”, dice Marilyn Ramos, la vicedirectora general de la Unión de Empresas de Recuperación de Materias Primas, la entidad estatal que se ocupa de reciclar desechos.
Odilia Ferro se dedica “legalmente” a recoger y vender desechos reciclables desde hace unos 10 años en San José de las Lajas, cabecera municipal de Mayabeque, provincia vecina de La Habana. “A veces salgo a la calle a buscar yo misma, pero como la gente ya sabe que trabajo en esto vienen a mi casa a venderme”, cuenta a Tierramérica.
Ella compra aluminio, bronce, acero, plástico y botellas de ron y cerveza. Hasta julio los vendía a la empresa estatal de recuperación de Mayabeque, convertida entonces en cooperativa de nueve integrantes, cuatro de ellas mujeres. “Lo bueno es que ahora siempre hay dinero para comprar lo que una trae, y en efectivo”, comenta Ferro.
En este país de régimen socialista, las cooperativas estuvieron restringidas por años a la agropecuaria. A mediados de año, el gobierno de Raúl Castro les abrió otros espacios como parte de las reformas para crear un “socialismo próspero y sustentable”.
En las primeras 124 que se crearon, hay dos dedicadas a recuperar materiales desechados.
La intención del Gobierno es que en cada uno de los 168 municipios cubanos haya una cooperativa de recuperación de desechos. El año pasado se recuperaron alrededor de 420 000 toneladas de desechos.