Cuando Virgilio guiaba a Dante por los pavorosos dédalos del infierno -nos relata el poeta florentino en la ‘Divina Comedia’- encontró, en el rincón más recóndito, seres humanos sometidos a torturas inimaginables.
“Yo y mi guía seguimos caminando por la escollera hasta el vecino puente, que salva el foso donde están pagando los que siembran discordia entre la gente”.
Así sufrían sus culpas quienes habían propiciado la división y la discordia en el seno del pueblo. Sembrar la desavenencia entre los gobernados, como método para mantenerse en el poder e imponer la propia voluntad, recibió otra formulación en los escritos de Maquiavelo: “Dividir para reinar”.
En nuestro amado y sufrido Ecuador, Dante identificaría a notables aspirantes a las torturas infernales, porque la siembra del odio y la confrontación entre la familia ecuatoriana se han impuesto como sistema de gobierno.
La actividad política lleva implícita la confrontación de ideas, lo que es normal y legítimo en un Estado democrático. Los ciudadanos pueden disentir con respecto a los actos del Gobierno y criticarlos, a veces con pasión. Pero propiciar, desde las alturas, la lucha entre hermanos, lanzar a una facción contra otra, dividir al país en dos bandos, los buenos -que apoyan al Gobierno- y los malos -a los que hay que combatir por ser mediocres, ignorantes, corruptos y otros 150 calificativos insultantes- es hacer de la patria un ámbito en el que campean los complejos, los resentimientos, las fobias y el odio.
No es nueva esta estrategia política para ganar adeptos y debilitar las fuerzas contrarias. Hasta puede resultar temporalmente eficaz. Pero un hombre de Estado debe medir las consecuencias de sus actos. Desacreditar con virulencia a quien piensa diferente puede conducir a la lucha social. Propiciar la confrontación es destruir los fundamentos y los objetivos del pacto social. La democracia se construye sobre el respeto a la diversidad. Quienes buscan imponer sus criterios para lograr una obediente uniformidad niegan el ejercicio de elementales derechos humanos. La intolerancia termina destruyendo las libertades. La verdadera tolerancia es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás, especialmente si son diferentes o contrarias a las propias, acompañada de la voluntad activa de analizarlas y extraer de ellas los consensos que la sociedad necesita para progresar en los campos del espíritu y del desarrollo.
Muchos ciudadanos de nuestra nación han pedido a los actuales gobernantes que depongan sus actitudes divisionistas y se empeñen en unir a todos los ecuatorianos. No han sido escuchados. A pesar de esto, tenemos que seguir insistiendo, aunque tengamos pocas razones para el optimismo.
Ojalá la meditación sobre el infierno del Dante produzca algún cambio.