En este tiempo, los socialismos en todas sus presentaciones constituyen lo “políticamente correcto”. Lo colectivo y los colectivismos gozan de prestigio y son signo de modernidad, de progreso y de bondad. En contraste, sufre toda suerte de descrédito lo individual, el individualismo, y por cierto, esa mala palabra en que le han convertido al liberalismo. ¿Qué hay de verdad en todo esto? ¿Son dogmas irrebatibles? O es que la carga ideológica y la pasión hacen casi imposible debatir estos temas con mínima objetividad?
1.- El individuo es la realidad fundamental.- Cuando se habla de lo social y de lo colectivo, de la comunidad y del Estado, se lo hace, con frecuencia, bajo la premisa de que el individuo es lo secundario, que es presunto producto de lo comunitario, hijo de las concesiones políticas; que es un ser por antonomasia sospechoso de egoísmo. Pero la verdad es otra: no hay ninguna realidad colectiva posible sin el núcleo esencial que es el individuo. La sociedad no existe sin los modestos sujetos que somos cada uno de nosotros. Cada ser, entendido como persona, es el fundamento de lo demás. Como dijo Ortega y Gasset “yo soy yo y mi circunstancia”. Sin el yo, no hay entorno, ni historia, ni política ni nada. No hay mundo. De modo que habrá que replantear algunos análisis que se hacen colocando a la carreta delante de los bueyes, para colectivizar y estatificar todo. Habrá que llegar al socialismo a partir de cada mínimo ciudadano. Y si eso se admite, será necesario modificar más de una perspectiva, más de una política y más de un discurso. Y será preciso admitir que todo menoscabo a los derechos individuales será conspiración en contra de lo fundamental.
2.- No hay Estado sin persona.- Después de la caída del socialismo real (noviembre de 1989) quedó en evidencia por un tiempo, al menos en el llamado Primer Mundo, que los colectivismos y los estatismos habían sido el más grande fracaso político, económico y humano de la historia. Semejante evento puso además de manifiesto que no es posible ni pensar siquiera en un Estado que olvide que su legitimidad, sus facultades y la justificación misma de su existencia están en cada individuo; que el Derecho en que la organización política se funda es, en realidad, una concesión obtenida del único titular de derechos subjetivos que existe: la persona humana. Que, sin reconocer esa realidad, lo único que es posible construir desde la política son despotismos, modernas formas de esclavitud con fronteras cerradas y muros de contención humana. Que sin reconocer el valor de ese mínimo personaje, lo que queda es el caudillo y sus cortesanos, la ideología y los desfiles.
Pese a la constatación histórica, tardó el llegar el reconocimiento de la grave equivocación que fue eso de suplantar al individuo con el Estado, y demoró, y aún demora, que una sustancial mayoría de intelectuales admita el error en que incurrieron al endiosar a lo colectivo con sacrificio de lo individual, y que no se justifica ni un solo acto del poder que elimine derechos, suprima libertades y decida los destinos suplantado la elección de cada persona. Pese a la constatación histórica del fracaso de los totalitarismos socialistas, han vuelto a florecer sus utopías, esta vez en América Latina.
3.- No hay democracia sin individuo.- Sin el individuo como centro y fin de lo político, no se explica ni se justifica la democracia. En efecto, esa teoría política se basa en el reconocimiento de que la única fuente del poder legítimo es la soberanía de cada persona, no de los “colectivos” que son construcciones circunstanciales o productos de la convivencia. Que el Estado mismo es un préstamo precario, provisional, una invención para hacer posible la convivencia de cada ser con los demás. Tanto el voto como los sistemas de representación traen implícita la lógica de que los gobiernos, los jueces y las legislaturas son imposibles sin el reconocimiento previo del valor, de los atributos, derechos y calidades de las personas humanas. Que las instituciones son instrumentos secundarios e instrumentales al servicio de ellas. Que la justicia, la igualdad, la equidad, la seguridad, etc. son tesis, sueños, propuestas, políticas públicas que, quiérase o no radican en el individuo, como origen y como destino .
Precisamente, uno de los problemas que aqueja a la política en boga es olvidar que el Estado, y el instrumento democrático, son funcionales a cada persona. No son funcionales ni sirven solamente a las ideologías o los proyectos. El Estado y sus instituciones son infraestructuras inventadas para que el individuo camine y encuentre su propio destino. El hecho del voto, que ejerce cada ciudadano, reafirma que la democracia, como forma de elección y fundamento de la legitimidad de los gobiernos, parte del individuo, que el colectivismo es su negación: los “colectivos” no eligen; con raras excepciones, los colectivos oprimen.
4.- El asambleísmo o la dictadura de una abstracción.- Grave falencia de las democracias al uso es el endiosamiento de las mayorías, y la idea de que éstas son realidades superiores a los individuos, una especie de almas colectivas que gozan de todos los derechos sin obligaciones correlativas. Más aún, la tesis ha derivado en el desconocimiento absoluto de los derechos, de las voces y de las ideas de los individuos que no las integren, que son la circunstancial minoría. Desde el inicio de la democracia moderna, la tendencia a creer que la “voluntad general” existe como entidad separada y distinta de las expresiones de voluntad individuales, ya deformó el contenido de las concepciones liberales que inspiraron a la formación de las Repúblicas. Desde entonces, germinó por allí la idea de que las mayorías son realidades absolutas. La verdad es que ellas son apenas sumas de votos individuales, recursos electorales o parlamentarios coyunturales, que permiten resolver el drama fundamental de la democracia que es la toma de decisiones, pero que no son sistemas para descubrir la verdad, ni recursos morales para construir la bondad. Son métodos políticos imperfectos, nada más.
5.- Lo fundamental.- La sociedad civil es producto de la convivencia de individuos. No es realidad superior a ellos. El Estado es una construcción, una invención. La democracia, una propuesta para encontrarle justificación al hecho de mandar y hacer viable o soportable la obediencia. El Derecho es un método para controlar el poder y asignarle facultades específicas y revocables al poder. Lo fundamental, es cada persona y sus derechos individuales.