Inasistencia a cumbres
Se ha dicho que las reuniones internacionales, sobre todo las cumbres, son poco eficaces, pero también que no se puede hacer más que lo que quieran los gobiernos participantes. Hay buenas razones para ambas opiniones.
Lo que sucede es que los Estados soberanos difícilmente aceptan obligaciones que no se acomoden a su criterio individual. Para tal efecto, procuran que el sistema de adopción de decisiones sea la unanimidad o el consenso. Si la decisión es legalmente tomada por mayoría, quienes a ella se opusieron no se sienten obligados y, si no la boicotean, por lo menos no hacen nada para ejecutarla. Aún si la decisión es unánime, cada Estado tiene que cumplir procedimientos internos para ponerla en práctica, lo que toma tiempo, constancia y voluntad, elementos que tienden a desaparecer cuando hay que dar prioridad al trabajo para resolver problemas apremiantes al interior de cada país.
En tal sentido, una visión fundamentalista puede llevar a pensar que las cumbres crean situaciones “intolerables y aberrantes”, motivo aducido por el presidente Correa para explicar que no asistirá a la Cumbre de Cartagena ni a ninguna otra, mientras no se “tomen las decisiones que la Patria Grande nos exige”. Correa afirma que los pueblos pueden cansarse al ver que sus líderes viajan a reuniones mientras no se resuelven los problemas de la pobreza, de la lucha contra las drogas y otros, lo que significa que tales problemas deberían primero ser resueltos antes de tomar parte en nuevas cumbres. Olvida que las reuniones son convocadas precisamente para buscar, mediante el diálogo, unir voluntades e identificar soluciones realistas a esos problemas.
¿Será Correa el llamado a dictar a sus colegas las decisiones que la Patria Grande les exige a fin de que, una vez adoptadas por sus respectivos Estados soberanos, se facilite su retorno triunfal a las cumbres que -en tal hipótesis- carecerían de objetivo, a menos que este no sea otro que saludar y aplaudir la actitud visionaria del Mandatario ecuatoriano?
La carta de Correa lo presenta como el único jefe de Estado que sabe lo que las Américas necesitan para proyectarse exitosamente hacia el futuro. Los demás no han podido o no han querido ver esa realidad profunda. Se han negado a reconocer el carácter principista de ese superhombre nacido en tierras ecuatorianas. Se han resignado a actuar ritualmente, sin ver la esencia de las cosas. Han preferido el diálogo a la revelación de verdades ocultas. Hombres falibles, han creído que en una sociedad de estados soberanos, lo que corresponde es negociar y contribuir pacientemente al desarrollo progresivo del derecho y la justicia internacional.
Ante tanta superficialidad, Correa les ha dejado solos y les ha enviado una carta que concluye, en otras palabras, deseándoles que “les vaya bonito”.