Varios países de América Latina han iniciado, y otros lo harán a lo largo de este año, los festejos por el Bicentenario. A pretexto de los sucesos que acaecieron en la Península, con la invasión de Napoleón a España, los criollos vieron el momento para pronunciarse por la independencia de sus pueblos. No fue inmediato, sino la consumación de un proceso que venía madurándose años atrás. Luego de una heroica lucha que, en el caso ecuatoriano terminó con la batalla a las faldas del Pichincha, ganamos la libertad. 200 años han transcurrido desde esas refriegas, pero a la mayoría de naciones que nacieron a raíz de esos hechos aún les resta un largo camino para consolidarse como sociedades políticas, en los que sus ciudadanos gocen de sus derechos a plenitud. La característica, en unos países más en otros menos, es la inequidad. Aún no existen oportunidades para todos y mientras más se insiste en imponer modelos en los que los únicos que progresan son los que se hallan cercanos al poder, las mayorías carecen de oportunidades valederas para alejarse de la pobreza que, neciamente, les ha acompañado por generaciones.
Prevalece en grandes capas de la población la idea que la forma de conseguir la inclusión de las mayorías en los beneficios del mundo moderno es apropiándose a través del Estado, o por mecanismos directos o por otros métodos artificiosos, de la riqueza generada por los particulares. La experiencia de los países desarrollados, en los de mejor nivel de vida, nos enseña que la gente progresa donde existe educación de calidad, servicios de salud adecuados, sistemas jurídicos independientes y, sobre todo, donde las personas tienen libertad e independencia para crear y producir.
Como contrapunto, en donde se ha insistido con las prácticas que ahora abrazan una buena parte de países de América Latina el bienestar se estanca, las sociedades no progresan, sus pobladores emigran a países donde puedan encontrar oportunidades. Las conmemoraciones son propicias para los que buscan falsificar los hechos y, a través de deformaciones, presentar las ansias de libertad que sacudieron a nuestros pueblos como el supuesto inicio de totalitarismos nacionalistas.
El momento histórico más bien nos debe convocar a la reflexión y, tomando las lecciones del pasado común, enfilar a nuestras sociedades hacia el progreso en libertad. Lo anterior no significa perder en ningún momento nuestra soberanía, costumbres y culturas que nos identifican como pueblos. Pero es indiscutible que tenemos que integrarnos a esa aldea global en la que ahora se ha convertido el planeta, interactuando con los otros pueblos para convertirnos en tierra de verdaderas oportunidades. Nuestros próceres no nos heredaron solo un pedazo de suelo. Hay que continuar su gesta hasta convertirnos en una gran nación donde el ejercicio de derechos sea una realidad para todos sus habitantes.